La política internacional se encuentra en plena transformación tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Su enfoque disruptivo, caracterizado por el pragmatismo extremo y la defensa de los intereses estadounidenses por encima de cualquier compromiso multilateral, ha sacudido los cimientos de la diplomacia global. Uno de los pilares que más ha tambaleado con este cambio es la relación entre Estados Unidos y la OTAN, una alianza que, desde su fundación en 1949, ha sido la piedra angular de la seguridad europea. Trump ha dejado claro que no está dispuesto a seguir financiando un sistema en el que, según él, los países europeos dependen excesivamente de la protección estadounidense sin asumir una carga equitativa en términos de gasto militar. Pero su impacto no se limita a la seguridad. El equilibrio económico, las relaciones transatlánticas y la influencia de China en el mundo están en juego. La Unión Europea enfrenta un dilema existencial: redefinir su rol en la geopolítica mundial o quedar atrapada en decisiones impuestas por otros actores con intereses ajenos a los suyos.
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