¿Tiene futuro el sistema público de pensiones? Una mirada realista a un modelo insostenible

Colaboraciones y medios26 Abr. 2025

Durante años, el debate sobre las pensiones ha estado presente en la agenda política y mediática, pero rara vez se aborda con la claridad y crudeza necesarias. En mi experiencia como economista y analista de mercados, pocas cuestiones generan tanta confusión como el sistema público de pensiones. ¿Hay dinero? ¿Existe una hucha real que garantice las jubilaciones del futuro? ¿Estamos ante un problema lejano o ya hemos cruzado la línea roja? La respuesta, aunque incómoda, es sencilla: ya no hay dinero para las pensiones. Y lo más preocupante es que seguimos actuando como si ese problema pudiera resolverse solo, con el paso del tiempo o con ajustes cosméticos. Hoy quiero explicarte, sin adornos, por qué el modelo actual está agotado y qué implica eso para las próximas décadas.

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El fin del mito: No existe una hucha de las pensiones

Durante años nos han vendido la idea de una «hucha» donde se guardaban los excedentes del sistema, acumulados en épocas de bonanza, para garantizar el pago de pensiones en el futuro.

Esa imagen ha calado tanto que todavía muchas personas creen que sus cotizaciones están siendo almacenadas como un ahorro personal. Pero la realidad es muy distinta.

Lo que conocemos como «la hucha de las pensiones» no es más que una transferencia de deuda pública. El sistema se sostiene actualmente gracias a emisiones de bonos y préstamos por parte del Estado.

Ya no hablamos de fondos acumulados, sino de deuda que se usa para tapar un agujero creciente. Cada mes se pagan las pensiones no porque haya dinero reservado, sino porque el Estado se endeuda para hacerlo.

Este análisis lo desarrollé en profundidad en una entrevista reciente en el podcast ConPdePodcast, donde abordé el estado real del sistema sin rodeos. Aquellas declaraciones dieron pie posteriormente a un artículo en El Español, titulado «Pablo Gil, economista: ya no hay dinero para las pensiones de nadie, no existe la hucha», en el que se recoge claramente mi postura: no hay una reserva financiera garantizando las pensiones, sino un mecanismo sostenido por deuda pública.

Para quien quiera escuchar directamente ese análisis, os dejo el fragmento donde desarrollo la idea de que el sistema de pensiones no se colapsará mañana, pero ya está técnicamente agotado hoy.

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Un sistema de reparto en jaque

España, como la mayoría de países europeos, funciona con un modelo de reparto: los trabajadores actuales financian las pensiones de los jubilados. Es un sistema que puede funcionar con una estructura demográfica saludable, donde hay muchos más cotizantes que pensionistas. Pero ese equilibrio se ha roto.

El envejecimiento de la población y la baja natalidad están reduciendo drásticamente la base de cotizantes. A esto se suma el aumento de la esperanza de vida, lo que hace que las personas cobren una pensión durante más años. El resultado es una presión creciente sobre un sistema que ya no da más de sí.

Hace unos años, tres trabajadores mantenían a un jubilado. Hoy esa proporción está cada vez más cerca del 1 a 1. Y si no se toman medidas urgentes, pronto podríamos tener un solo trabajador financiando a tres pensionistas. Ese escenario, simplemente, no es viable.

La demografía, ese factor que no se puede maquillar

En economía, casi todo es negociable. Se pueden ajustar impuestos, modificar políticas, intervenir en los mercados… pero hay una variable que no admite discusión: la estructura demográfica. Si no nacen suficientes niños y la población envejece, la base del sistema se estrecha y el modelo colapsa.

Este fenómeno no es exclusivo de España. Japón lleva décadas enfrentando una crisis similar. Alemania ha tenido que abrirse a la inmigración para compensar su déficit de nacimientos. Y países como Italia o Portugal ya están sintiendo el golpe con fuerza. Pero en nuestro caso, el agravante es que hemos tardado demasiado en abrir este debate con seriedad.

Las reformas estructurales no pueden esperar

En muchos foros se discute si la solución pasa por elevar la edad de jubilación, aumentar las cotizaciones o introducir planes privados complementarios. Pero todos estos son parches si no van acompañados de una reforma estructural profunda del sistema.

Esto significa redefinir las bases del modelo de reparto, asumir que no se podrá mantener el nivel actual de pensiones sin ajustes y, sobre todo, dejar de financiarlo exclusivamente con deuda. Porque, como explico a menudo, endeudarse para pagar el día a día no es una estrategia sostenible, es simplemente una huida hacia adelante.

El problema no es que no se puedan pagar las pensiones mañana. Es que cada euro que se dedica a pensiones hoy es un euro menos para educación, sanidad o inversión en futuro. Y eso acaba siendo una factura más alta para las generaciones jóvenes.

¿Por qué seguimos posponiendo el debate?

Una de las grandes frustraciones que siento cuando hablo de este tema es que todo el mundo, en privado, reconoce el problema. Pero en público, nadie quiere afrontarlo. Y lo entiendo: decir que el sistema de pensiones está quebrado no gana votos. Al contrario, genera rechazo y miedo.

Pero como sociedad no podemos seguir rehuyendo el tema. No hablar del problema no hace que desaparezca. Al contrario, lo agrava. Cada año que pasa sin reforma es un año más de deuda acumulada y de expectativas irreales.

La política, como tantas veces ocurre, está priorizando el corto plazo. Pero nosotros, como ciudadanos, como trabajadores y como contribuyentes, debemos exigir una hoja de ruta clara y realista.

Reflexiones personales sobre la sostenibilidad del sistema

A lo largo de mi carrera he tenido la oportunidad de analizar sistemas económicos muy distintos, desde mercados emergentes hasta países desarrollados. Y si algo he aprendido es que ningún sistema se sostiene eternamente si no se adapta a los cambios estructurales.

El sistema público de pensiones fue una gran conquista social. Permitió que millones de personas accedieran a una jubilación digna, especialmente en los años del boom demográfico y económico del siglo XX. Pero hoy estamos en otro mundo. Uno con menos nacimientos, más longevidad, mayor deuda pública y un mercado laboral cada vez más frágil.

Me parece irresponsable alimentar la ilusión de que todo seguirá igual si no hacemos nada. Y me parece aún más peligroso usar este tema como arma política, en lugar de abordarlo desde un consenso técnico, informado y orientado al largo plazo.

¿Qué alternativas existen?

No hay una única solución mágica, pero sí hay caminos que se pueden explorar:

Ajustar la edad de jubilación en función de la esperanza de vida. Es una medida impopular, pero cada vez más necesaria.
Introducir sistemas mixtos, combinando el reparto con ahorro individual obligatorio, como se hace en países nórdicos o en Chile (aunque con importantes matices).
Fomentar planes de pensiones privados con incentivos fiscales, siempre dentro de un marco regulado y transparente.
Aumentar la productividad y los salarios, para mejorar las cotizaciones sin elevar los tipos impositivos.
Controlar el gasto público, para liberar recursos que puedan destinarse a cubrir el déficit del sistema.

Todas estas opciones tienen costes, implican decisiones difíciles y requieren consenso. Pero lo que no podemos permitirnos es seguir como hasta ahora, confiando en que el sistema aguantará por inercia.

No hay motivo para el pánico, pero sí para la acción

Quiero dejar algo claro: este no es un mensaje catastrofista. Las pensiones se están pagando y se seguirán pagando en el corto plazo. Pero debemos entender cómo se están financiando y qué consecuencias tendrá eso en el futuro.

No es necesario que cunda el pánico, pero sí que abramos los ojos. Si seguimos utilizando deuda para cubrir gastos corrientes, estaremos hipotecando el futuro de nuestros hijos y nietos. Y eso no es una política responsable, es un engaño colectivo.

En el fondo, el verdadero debate no es económico, sino ético: ¿qué tipo de sociedad queremos construir? ¿Una que garantice derechos hoy a costa de las generaciones futuras? ¿O una que asuma los ajustes necesarios para garantizar la sostenibilidad a largo plazo?

Conclusión: Mirar al futuro con realismo, no con nostalgia

El sistema de pensiones español, tal como está concebido, no es viable a largo plazo. Negarlo no ayuda. Necesitamos valentía política, debate riguroso y una ciudadanía dispuesta a mirar de frente los desafíos que vienen.

La solución no pasa por discursos fáciles ni por esconder la cabeza. Pasa por reformas, por diálogo y por una planificación estratégica que hoy brilla por su ausencia.

Ojalá este artículo sirva para impulsar esa reflexión. Porque el futuro no se construye con promesas, sino con decisiones valientes. Y en este tema, el tiempo corre en nuestra contra.

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