¿Qué puede desencadenar una recesión global?: Claves tras los aranceles de Trump

Colaboraciones y medios12 Abr. 2025

Donald Trump ha decidido reescribir el equilibrio económico mundial a golpe de arancel. Su plan, según lo presentado recientemente, pasa por imponer tarifas comerciales a decenas de países, con una metodología tan rudimentaria como peligrosa. En mi intervención en el programa La Mirada Económica de Onda Cero (episodio 2×13), abordamos precisamente el impacto real que estas medidas pueden tener sobre el conjunto de la economía global. El problema no son solo los aranceles en sí. Es cómo se calculan, por qué se aplican y qué consecuencias desencadenan. En este artículo, quiero reflexionar con perspectiva y contexto sobre una de las decisiones más arriesgadas que hemos visto en décadas desde la primera potencia mundial.

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La cuenta de la vieja: Un cálculo sin rigor económico

Una de las cosas que más me sorprendió fue comprobar la forma en la que Trump ha planteado el sistema de aranceles: dividir el déficit comercial con cada país entre el volumen de importaciones para calcular el porcentaje de tarifa.

Sin tener en cuenta ni el peso del sector servicios (donde EE. UU. tiene superávit), ni el ciclo monetario, ni la renta per cápita de cada economía, ni las cadenas globales de producción. Es una simplificación tan burda que cuesta creer que provenga de una administración con asesores económicos.

El resultado de esa «cuenta de la vieja» es un listado de aranceles que van del 10% al 50% en función del déficit bilateral. Europa, por ejemplo, se enfrenta a tarifas del 20%. Y China, como es habitual, se lleva la peor parte.

¿Por qué los productos estadounidenses no son competitivos?

Trump parece olvidar por qué EE. UU. importa tanto. La razón es simple: muchos productos fabricados localmente son menos competitivos por su alto coste de producción. Esto no es culpa del modelo productivo, sino una consecuencia directa del alto nivel de vida, la fortaleza estructural del dólar y el rol del país como divisa de reserva internacional.

Una moneda fuerte abarata las importaciones pero encarece las exportaciones. A eso le sumamos salarios altos, altos costes energéticos y una regulación estricta. El resultado es evidente: muchas industrias no pueden competir con Asia o Latinoamérica en precios.

Imponer aranceles como solución a este problema puede sonar patriótico, pero es económicamente miope. No resuelve el fondo del asunto. Y puede tener efectos secundarios devastadores.

Recesión autoinfligida: Un escenario más probable de lo que parece

En mi intervención en Onda Cero, apunté a un hecho preocupante: cada vez más indicadores apuntan a que EE. UU. podría entrar en recesión en los próximos trimestres. Y la ironía es que esa recesión será consecuencia directa de las políticas proteccionistas que supuestamente buscan reforzar la economía.

Firmas como Goldman Sachs o la Reserva Federal de Atlanta ya lo están advirtiendo. El problema no es solo el freno al comercio internacional, sino el deterioro de la confianza de consumidores, inversores y empresas.

En economía, cuando se rompe la confianza, ya no controlas la dimensión de la caída. Trump habla de una «recesión leve y transitoria». Pero eso es como querer encender una fogata en medio de una gasolinera. El riesgo de provocar una explosión es altísimo.

Aranceles como arma recaudatoria

Trump también ha dejado entrever que estos aranceles podrían servir para financiar su prometida rebaja fiscal. Es decir, recaudar con una mano para compensar con la otra. Desde un punto de vista técnico, esto tiene poco sentido. Lo que podrías ganar en ingresos arancelarios lo pierdes en forma de menor crecimiento, menos empleo, más tensión en los mercados y más inflación.

Las represalias se ceban con las tecnológicas

Hay otro aspecto que preocupa especialmente: las siete grandes tecnológicas americanas concentran más del 30% del S&P 500 y más del 50% del Nasdaq 100. Cualquier ataque específico a estas compañías por parte de Europa, China o cualquier otro bloque podría provocar caídas en cascada en los mercados.

Y es precisamente lo que podría ocurrir si los países afectados por los aranceles deciden tomar represalias focalizadas. Sería una forma de hacer daño económico y simbólico, poniendo en el punto de mira a los campeones empresariales de EE. UU. Y eso, desde luego, no se quedaría en Wall Street: el impacto se extendería al ahorro, al empleo y al crecimiento global.

Conclusión: Jugar con fuego no es estrategia

La economía mundial está demasiado interconectada como para pensar que las guerras comerciales son juegos de suma cero. Trump está intentando reindustrializar EE. UU. a base de amenazas y castigos, sin tener en cuenta que vivimos en un sistema basado en la eficiencia global.

Reindustrializar no es imposible, pero no se hace con prisa, ni con medidas punitivas. Se hace invirtiendo en educación, tecnología, productividad y cooperación internacional. Lo contrario solo genera ruido, volatilidad e inestabilidad.

El mercado ha empezado a descontar este nuevo escenario. Y lo hace con caídas, con fuga de capitales, con debilidad del dólar y con un repunte de los indicadores de riesgo.

Mi mensaje es claro: el rumbo que está tomando la política comercial estadounidense puede tener consecuencias sistémicas. Y como inversores, como ciudadanos y como economistas, tenemos que entender que estamos ante un punto de inflexión histórico. O lo corregimos pronto, o las consecuencias pueden tardar mucho en disiparse.

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