Durante años, Europa ha liderado el discurso sobre la necesidad de una transición hacia energías limpias, impulsando regulaciones estrictas sobre la reducción de emisiones de CO2 y promocionando las energías renovables como el futuro del suministro energético.
Sin embargo, detrás de este noble objetivo, hay una hipocresía difícil de ignorar. En eventos como el COP28, donde se congregan miles de delegados y líderes mundiales, las decisiones parecen estar más centradas en mantener el status quo que en promover cambios reales y sostenibles.
Uno de los puntos más críticos que mencioné en la entrevista es cómo, a pesar de los intentos por deshacerse de la dependencia de las energías fósiles, Europa ha acabado generando una nueva dependencia: de China y Rusia, no solo en términos de gas o petróleo, sino también para la producción de energías renovables.
La producción de materiales como el litio, el cobalto, el cobre, y las tierras raras, indispensables para fabricar paneles solares, baterías y otras tecnologías renovables, está controlada en gran parte por estos países.
Europa, que promueve la independencia energética, se encuentra ahora más dependiente que nunca de estos actores internacionales.
Por tanto, cuando hablamos de una transición energética, no podemos ignorar el hecho de que, mientras tratamos de abandonar las energías fósiles, estamos generando nuevas dependencias en otros sectores.
Y lo más preocupante es que estas dependencias no se están abordando de manera abierta y honesta en foros como el COP28.