¿Está Estados Unidos perdiendo el control? Claves de la guerra financiera con China

Colaboraciones y medios25 Abr. 2025

Durante años, los mercados han observado con atención cada movimiento de Estados Unidos, no solo como potencia económica, sino como emisor de la moneda de reserva global y emisor de la deuda soberana más negociada del mundo. Sin embargo, en los últimos meses, el comportamiento de los activos estadounidenses empieza a generar una inquietud palpable: caen los precios de los bonos del Tesoro, se debilita el dólar, y la confianza en el modelo económico norteamericano parece resquebrajarse. En este artículo quiero reflexionar contigo sobre por qué está ocurriendo esto y qué consecuencias puede tener a medio y largo plazo, especialmente en el contexto de una creciente tensión con China y una política económica de alto voltaje impulsada por Donald Trump.

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Encendiendo la mecha: China y la guerra de los bonos

Uno de los temas más delicados que está sobrevolando el mercado es la venta sostenida de bonos del Tesoro estadounidense por parte de China. Durante años, el país asiático fue uno de los principales compradores de deuda soberana de EE.UU., llegando a acumular más de 1,3 billones de dólares en su cartera.

Sin embargo, desde 2013, esa cifra no ha hecho más que disminuir. A día de hoy, el saldo ronda los 760.000 millones, y podría ser incluso menor si se confirman los rumores de nuevas ventas recientes.

¿Por qué es esto tan relevante? Porque estamos hablando de una posible «arma» financiera en un contexto de enfrentamiento geopolítico. Si China decide vender deuda de forma masiva, el efecto directo es una caída del precio de los bonos y, por tanto, un aumento de su rentabilidad.

En otras palabras, financiarse le sale más caro al Tesoro estadounidense. Y eso, en un país con un déficit estructural crónico y una deuda superior a los 34 billones de dólares, es una amenaza considerable.

¿Es esto una estrategia deliberada por parte de China? No hay confirmación oficial, pero el mercado ya está actuando como si lo fuera. Y en este tipo de escenarios, la percepción se convierte en realidad muy rápidamente.

El efecto Trump: Promesas populistas con consecuencias económicas

Donald Trump ha sido siempre un defensor del “America First”, incluso si eso implica romper consensos internacionales. Durante su mandato anterior, lanzó una guerra comercial abierta con China, elevó aranceles, y anunció políticas fiscales expansivas con rebajas de impuestos y aumento del gasto público.

El problema es que muchas de esas medidas tienen un coste oculto que no siempre se comunica al ciudadano medio. Por ejemplo, cuando Estados Unidos impone aranceles a productos chinos, en teoría recauda más ingresos.

Pero en la práctica, ese sobrecoste se traslada a los consumidores americanos, que acaban pagando más por los mismos productos. Es decir, un impuesto indirecto y silencioso que erosiona el poder adquisitivo.

Además, si el objetivo de Trump es reducir la factura de la deuda pública, las herramientas que está utilizando parecen ir en la dirección contraria.

La venta de bonos por parte de potencias extranjeras, el aumento del déficit y la pérdida de confianza en el dólar no hacen sino tensionar la situación aún más.

Rentabilidad de los bonos al alza: ¿Nuevo rescate de la Fed?

Uno de los efectos más claros de esta tormenta financiera es el repunte en la rentabilidad de los bonos del Tesoro. Esto no es una señal de fortaleza, como muchos podrían pensar, sino todo lo contrario. Significa que los inversores están exigiendo mayores retornos para asumir el riesgo de prestar dinero al Gobierno estadounidense.

La Reserva Federal, consciente de este problema, podría verse forzada a intervenir de nuevo mediante un programa de Quantitative Easing (QE), es decir, comprando deuda en los mercados para frenar la escalada de las rentabilidades. Ya lo hizo durante la pandemia, y antes durante la crisis financiera de 2008.

El problema es que, si se recurre de nuevo a esta herramienta, se estaría incurriendo en una especie de círculo vicioso: por un lado se intenta reducir el peso de la deuda, y por otro el banco central la monetiza para evitar un colapso en los mercados.

Esto, en mi opinión, es como hacerse trampas al solitario. Puede funcionar a corto plazo, pero es insostenible a largo plazo sin una corrección estructural del gasto y de la política fiscal.

La devaluación del yuan y la debilidad del dólar: Señales de alarma

Otro aspecto clave que está encendiendo las alarmas en el mercado es la debilidad reciente del dólar, especialmente cuando debería estar fortaleciéndose en un contexto de mayores aranceles. ¿Qué está pasando?

Hay varios factores que lo explican. Por un lado, China sigue utilizando la devaluación del yuan como herramienta para contrarrestar el impacto de los aranceles y mantener su competitividad exportadora.

Por otro, la percepción de riesgo sistémico en Estados Unidos está llevando a muchos inversores a reducir su exposición al dólar y buscar alternativas más estables, como el oro o incluso activos europeos.

En este sentido, estamos ante un posible cambio de paradigma. Durante décadas, el dólar ha sido la moneda refugio por excelencia. Pero si el mercado empieza a perder la confianza en la estabilidad política, fiscal y monetaria de EE.UU., ese estatus privilegiado podría empezar a resquebrajarse.

Europa y Japón: Entre la pasividad y la imposibilidad

Ante este escenario, uno podría pensar que Europa o Japón podrían aprovechar para fortalecer sus posiciones internacionales. Sin embargo, la realidad es que ambos bloques están limitados en su capacidad de respuesta.

En Europa, el Banco Central Europeo ya no actúa directamente sobre el tipo de cambio, y cualquier intento de devaluación del euro se encuentra con resistencias legales y políticas. Además, la fragmentación económica y fiscal entre los países miembros complica aún más una actuación coordinada.

Japón, por su parte, ha intervenido ocasionalmente para frenar la apreciación del yen, pero en general sigue atado a una política monetaria ultraexpansiva que apenas le deja margen de maniobra.

Todo esto deja a Estados Unidos como actor principal… pero también como el foco del problema.

Desaceleración global y petróleo a la baja: Señales que no debemos ignorar

La última pieza de este puzle es la evolución del petróleo. En las últimas semanas, el barril de Brent ha caído por debajo de los 60 dólares, un nivel que no se veía desde 2021.

Esta bajada no responde a una mayor oferta, sino a una menor demanda anticipada por parte de los analistas, que ya empiezan a hablar abiertamente de una posible recesión global.

La OPEP ha reaccionado incrementando la producción, tratando de recuperar cuota de mercado, pero el mensaje de fondo es claro: si la economía global se desacelera, el consumo de crudo cae, y eso impacta en los precios.

Desde el punto de vista de la inflación, puede parecer una buena noticia. Pero desde el ángulo del crecimiento, es una señal preocupante. El petróleo es uno de los mejores termómetros para medir el pulso económico real, y su caída anticipa problemas.

¿Está en juego la hegemonía económica de EE.UU.?

A estas alturas, muchos se preguntan si estamos ante una tormenta pasajera o si, por el contrario, estamos asistiendo al principio del fin del dominio económico norteamericano. Mi opinión es que todavía es pronto para sacar conclusiones definitivas, pero hay síntomas preocupantes que no pueden ignorarse.

Cuando un país acumula déficit gemelos (fiscal y por cuenta corriente), pierde credibilidad institucional, entra en guerras comerciales, y al mismo tiempo intenta sostener su moneda y su mercado de deuda… está jugando con fuego.

Y lo que más preocupa es que muchas de las políticas actuales no están siendo diseñadas pensando en el largo plazo, sino en el rédito político inmediato.

Lo que deberíamos estar haciendo es todo lo contrario: reducir el déficit estructural, fortalecer las instituciones, restaurar la confianza en los activos financieros americanos y recuperar la estabilidad. Pero por ahora, el rumbo va en sentido contrario.

Reflexión final

Estados Unidos sigue siendo la primera potencia económica del mundo. Su mercado financiero es el más profundo y líquido, su innovación tecnológica es imbatible, y su capacidad de reacción, enorme. Pero eso no le hace invulnerable.

La pérdida de confianza es un proceso lento, casi imperceptible al principio, pero cuando se desencadena, puede tener consecuencias devastadoras.

Estamos viendo cómo se tambalean pilares que hasta hace poco dábamos por garantizados: el atractivo del dólar, la seguridad de los bonos del Tesoro, la solidez institucional del país.

El inversor inteligente no puede permitirse ignorar estas señales. Estamos en un punto de inflexión. Y aunque nadie puede predecir el futuro con certeza, sí podemos observar las dinámicas en marcha y prepararnos para escenarios más complejos.

En mi caso, después de tantos años analizando mercados, he aprendido que los excesos siempre se corrigen, pero también que las señales nunca deben despreciarse. Y hoy, las señales de que algo profundo está cambiando en el orden económico mundial son más claras que nunca.

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