Lo primero es entender qué entendemos por «mercado emergente». No se trata simplemente de países pobres o en desarrollo. Hablamos de economías que están experimentando un proceso de crecimiento sostenido, transformación estructural y aumento progresivo del poder adquisitivo. Algunos ejemplos típicos incluyen India, Indonesia, México, Brasil, Turquía o Sudáfrica. También hay países frontera, un paso anterior en desarrollo, como Vietnam, Nigeria o Bangladesh, que algunos inversores agrupan dentro del mismo análisis.
Invertir en estos mercados se puede hacer de varias formas. La más accesible es a través de ETFs o fondos indexados que replican índices como el MSCI Emerging Markets. Esto permite diversificación, liquidez y evitar los problemas operativos de invertir directamente en acciones locales.
Para quienes desean una mayor exposición o tienen un perfil más técnico, existen opciones como la compra directa de acciones de empresas que cotizan en bolsas locales (por ejemplo, B3 en Brasil) o incluso en ADRs en mercados como el NYSE o el Nasdaq. También existen productos estructurados, fondos de gestión activa y derivados.
Pero antes de elegir el vehículo, hay que hacerse una pregunta clave: ¿para qué quiero esta exposición? ¿Estoy buscando crecimiento a largo plazo? ¿Cobertura frente a la inflación? ¿Diversificación geográfica? ¿O simplemente estoy especulando con un rebote puntual? Responder con honestidad ayuda a ajustar el horizonte temporal, la selección de activos y el nivel de riesgo asumido.