The trader nº 97
La interpretación inteligente del mercado
La interpretación inteligente del mercado
Bienvenido a mi visión personal sobre la actualidad de los mercados financieros nº97. Gracias por tu interés, si te has perdido alguna entrega o aún no estás suscrito puedes revisar aquí
Donald Trump ha vuelto a dinamitar el comercio internacional. Ayer, 2 de abril, proclamó el “Día de la Independencia Económica” de EE. UU., anunciando una ola de aranceles sin precedentes a casi todos sus socios comerciales. Las cifras asustan: 20% a la Unión Europea, 54% a China, 24% a Japón, 26% a India, 46% a Vietnam… Una lista arbitraria que no distingue entre aliados o rivales. Curiosamente, ni Rusia ni Bielorrusia aparecen mencionados en las sanciones. Tampoco se explican las motivaciones técnicas o jurídicas tras esta omisión, lo que ha generado sospechas sobre posibles segundas intenciones geopolíticas.
El sistema de cálculo es delirante. La Casa Blanca ha estimado los aranceles en base a una “fórmula” que consiste en dividir el déficit comercial con cada país entre el volumen total de importaciones, ignorando por completo los servicios (uno de los puntos fuertes de EE. UU.). Luego, aplican la mitad del resultado como arancel “recíproco”. Una pseudomatemática sin rigor ni base económica, como si cada compra que EE. UU. no logra vender fuera equivalente a un impuesto comercial. Lo más alarmante es que esta “receta” se presenta como un acto de generosidad, cuando en realidad se trata de una represalia disfrazada. Además, se incorporan factores como el IVA europeo o impuestos nacionales que no tienen relación directa con el comercio internacional.
Lo que Trump omite en su análisis es fundamental. No tiene en cuenta la fortaleza estructural del dólar, que encarece las exportaciones estadounidenses y abarata las importaciones. Tampoco considera la elevada renta per cápita de sus ciudadanos y trabajadores, que se traduce en costes laborales más altos y precios de venta menos competitivos. En otras palabras, muchos productos de EE. UU. no se venden fuera porque simplemente son más caros, no por culpa de aranceles o barreras. A pesar de todo, EE. UU. mantiene un superávit comercial de servicios superior a los 300.000 millones de dólares anuales, gracias a sectores como tecnología, finanzas, propiedad intelectual y turismo. Pero estos datos no figuran en la ecuación arancelaria de la Casa Blanca.
La decisión de Trump va mucho más allá de una simple política proteccionista. Es una declaración unilateral de guerra comercial, un golpe frontal al sistema multilateral de comercio que nació tras la Segunda Guerra Mundial. Invocando la International Emergency Economic Powers Act (IEEPA), una ley reservada para amenazas extraordinarias que permite imponer estas medidas sin pasar por el Congreso. Esta invocación será probablemente impugnada judicialmente, pero se estima que los tribunales tendrán poca capacidad de frenarla a corto plazo. Algunos republicanos han mostrado su preocupación, pero la mayoría guarda silencio, por cálculo electoral o por miedo a contrariar al presidente.
Las consecuencias podrían ser devastadoras. Ursula von der Leyen advirtió desde Samarcanda que esta decisión “encarecerá de inmediato, alimentos, transporte y medicamentos” y representa un “duro golpe” para la economía global. La presidenta de la Comisión Europea señaló que el caos arancelario creado por EE. UU. afectará no solo a los grandes bloques económicos, sino también a los países más pobres, que verán multiplicadas sus dificultades comerciales. La UE ya prepara contramedidas que incluirían desde aranceles equivalentes a productos sensibles, hasta restricciones sectoriales en automoción, acero o productos farmacéuticos. El caos puede intensificarse si otros bloques comerciales responden con represalias. Y no se puede descartar una reconfiguración del mapa comercial global.
El proteccionismo extremo no es nuevo. En 1930, el arancel Smoot-Hawley fue presentado con argumentos similares: proteger al trabajador estadounidense y a la industria nacional. El resultado fue la Gran Depresión, agravada por las represalias comerciales de los socios de EE. UU. Ronald Reagan lo recordaba en 1988 como una advertencia contra la demagogia comercial. En palabras del propio Reagan: “Durante los últimos 200 años, el argumento contra los aranceles y las barreras comerciales no solo ha obtenido un consenso casi universal entre los economistas, sino que también ha demostrado su eficacia en el mundo real, donde hemos visto a naciones de libre comercio prosperar mientras que los países proteccionistas se quedan atrás. El experimento más reciente de Estados Unidos con el proteccionismo fue un desastre para los trabajadores. Cuando el Congreso aprobó el arancel Smoot-Hawley en 1930, se nos dijo que protegería a Estados Unidos de la competencia extranjera y salvaría empleos en el país; la misma frase que escuchamos hoy. El resultado real fue la Gran Depresión, la peor catástrofe económica de nuestra historia. Nuestros socios comerciales pacíficos no son nuestros enemigos. Son nuestros aliados. Debemos tener cuidado con los demagogos que están dispuestos a declarar una guerra comercial contra nuestros amigos, debilitando nuestra economía, nuestra seguridad nacional y a todo el mundo libre. Todo ello mientras ondea cínicamente la bandera estadounidense. La expansión de la economía internacional no es una invasión extranjera; es un triunfo estadounidense, por el que trabajamos arduamente, y algo fundamental para nuestra visión de un mundo pacífico, próspero y libre”.
Hoy, Trump desprecia ese legado, y en su particular versión revisionista de la historia, defiende que los aranceles son la panacea económica, pese a que el consenso entre economistas señala todo lo contrario.
La narrativa de Trump está construida sobre victimismo y revisionismo histórico. Se presenta como el salvador de una América saqueada por el mundo. Pero en realidad, su estrategia erosiona la cooperación internacional, perjudica a los consumidores estadounidenses, y puede empujar al mundo hacia una nueva era de bloques económicos enfrentados. Además, la medida se produce en un contexto de tensiones inflacionarias internas en EE. UU., lo que podría agravar la presión sobre los precios y complicar la labor de la Reserva Federal. A largo plazo, estas decisiones podrían incentivar la desdolarización del comercio internacional y una aceleración en la formación de alianzas alternativas lideradas por potencias emergentes.
Conclusión
Las próximas semanas serán claves. Europa, China y otros socios decidirán cómo responder. El riesgo de una espiral de sanciones mutuas está sobre la mesa. Y con ello, la amenaza de una recesión global provocada por un solo hombre convencido de que el comercio es un juego de suma cero. Las empresas multinacionales ya alertan de cancelaciones de pedidos, cambios en las cadenas logísticas y aumento de costes. El impacto en mercados emergentes, especialmente aquellos muy dependientes de las exportaciones a EE. UU., podría ser dramático.
La historia ya nos ha enseñado que el proteccionismo extremo no funciona. No solo no protege a largo plazo los empleos, sino que encarece la vida, castiga al consumidor y desincentiva la innovación. Lo que ocurra ahora determinará si hemos aprendido algo o si estamos condenados a repetir los errores del pasado. La pregunta que queda en el aire es si alguien, desde dentro o fuera de EE. UU., logrará frenar esta deriva antes de que sus consecuencias sean irreversibles.
Cierre Semanal | Cierre Anual | Precio actual | Últimos 5 días | En el año | |
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S&P500 | 5705.62 | 5881.94 | 5669.42 | -0.63% | -3.61% |
Nasdaq100 | 19868.27 | 21017.27 | 19577.39 | -1.46% | -6.85% |
Eurostoxx50 | 5354.29 | 4884.62 | 5209.63 | -2.70% | 6.65% |
Ibex35 | 13404.90 | 11595.00 | 13249.70 | -1.16% | 14.27% |
Oro | 3115.60 | 2639.30 | 3152.40 | 1.18% | 19.44% |
Brent | 73.32 | 74.80 | 72.67 | -0.89% | -2.85% |
Natgas | 4.36 | 3.63 | 4.44 | 1.76% | 22.34% |
SSE | 3372.04 | 3354.29 | 3341.55 | -0.90% | -0.38% |
Bitcoin | 84381.80 | 93484.46 | 83596.49 | -0.93% | -10.58% |
*Cierre semanal: 27 de marzo del 2025 a las 10:03
*Cierre anual: Último dato del 31 de diciembre del 2024
*Cierre anual de Eurostoxx: 30 de diciembre del 2024
*Precio Actual: 3 de abril del 2025 a las 10:03
La realidad de los datos de la economía española
La economía española cerró 2024 con un crecimiento del 3,2%. Un dato que el Gobierno usa continuamente para presumir de liderazgo económico en Europa. Pero detrás del titular hay otra historia: seguimos igual de lejos de la media europea en renta per cápita que hace 25 años. No avanzamos. No convergemos.
Según Eurostat, la renta por habitante en España, ajustada por poder de compra, se sitúa en el 92% de la media de la UE. Ocho puntos por debajo. Exactamente la misma distancia que en 1999. Aunque el PIB ha aumentado, otros países han crecido más y mejor. Incluso algunos del Este que antes estaban muy por detrás.
En su último informe, Moody’s reconoce que la economía española ha crecido por encima de su potencial, pero matiza: una parte significativa del crecimiento en 2024 se debe al gasto público, que representó un tercio del avance del PIB. En 2023 fue incluso mayor: casi el 40%. El motor no ha sido la productividad, ni la inversión privada, sino el Estado.
Otro factor clave ha sido la inmigración. El fuerte flujo migratorio ha contribuido a impulsar el consumo y ampliar el tamaño de la economía, pero no ha ido acompañado de una mejora en infraestructuras como la vivienda o en la eficiencia del mercado laboral. Esto hace que, aunque el PIB total suba, el bienestar individual apenas mejore.
Moody’s también advierte de que España mantiene una calificación crediticia mediocre (Baa1), sin mejoras desde 2018. Y señala como causas principales los problemas estructurales de siempre: baja productividad, escasa innovación, minifundismo empresarial y una administración pública ineficiente. Además, la presión creciente del gasto en pensiones y defensa complica aún más cualquier intento de consolidación fiscal.
Y aquí entra en juego una bomba de relojería que apenas hemos empezado a comprender los españoles: el compromiso de España con la OTAN de elevar el gasto militar hasta el 2% del PIB. Hoy estamos por debajo del 1,3%. Cumplir ese objetivo este mismo año, algo que se nos va a exigir, implicaría un aumento de más de 10.000 millones de euros anuales. Pero si el objetivo sube al 3%, como ya plantean algunos socios europeos, estaríamos hablando de unos 25.000 millones adicionales cada año.
Las opciones que tenemos a nuestra disposición para financiar semejante gasto no son tantas:
Es decir, asumir ese compromiso militar sin resolver los desequilibrios actuales sería una losa adicional para una economía que ya crece más por estímulo público que por su propia competitividad.
España, que llegó a rozar la media europea en los años previos a la crisis de 2008, ha vuelto a quedar fuera del grupo de países que superan esa referencia. Hemos caído dos puestos en el ranking desde 1999, superados incluso por países que entonces ni siquiera estaban en la UE.
Fuente: ElMundo,
Conclusión
El crecimiento del PIB no basta si no se traduce en mejora de la renta por habitante. Hoy España crece, sí, pero lo hace sostenida por gasto público e inmigración, no por una economía más sólida o productiva. Y así, seguimos atrapados en un modelo que no mejora el bienestar real de los ciudadanos. Ahora, además, se suma la amenaza de tener que financiar un rearme forzoso en pleno contexto de fragilidad fiscal. La idea de convertir a España en un referente dentro de Europa sigue siendo un sueño, y cada vez más lejano, porque sí, España crece… pero no converge.
Trump, Xi Jinping y la delgada línea que separa la democracia del autoritarismo
Donald Trump ha vuelto a agitar las aguas de la política estadounidense con una afirmación que, en cualquier otro contexto, sería considerada una amenaza directa al orden constitucional. Durante el fin de semana, insinuó que tiene “métodos” para sortear los límites de la Constitución si decide buscar un tercer mandato presidencial. En Estados Unidos, ese tipo de declaraciones no solo tensan los principios democráticos, sino que hacen sonar todas las alarmas institucionales. Pero lo más inquietante no es solo lo que dijo, sino lo que revela: una forma de concebir el poder que cada vez se parece más a la de otros líderes autoritarios del planeta.
No es la primera vez que alguien en el poder intenta extender su mandato más allá de los límites establecidos. En 2018, Xi Jinping eliminó los límites constitucionales en China para convertirse en presidente de por vida. La comparación puede parecer extrema, pero las similitudes conceptuales están ahí. Trump ya no disimula su visión personalista del poder. Cree que el liderazgo debe estar por encima de las reglas, que su figura justifica la excepción. Es la lógica del «yo o el caos», típica de los líderes que creen que el Estado y su persona son indivisibles.
Esta mentalidad no se queda en las palabras. Se filtra también en el tratamiento a la prensa y a la disidencia. Mientras Estados Unidos denuncia la represión en Hong Kong o la censura del Partido Comunista Chino, la propia administración Trump ha comenzado a mostrar gestos preocupantes en esa dirección. Ha restringido la presencia de ciertos periodistas en actos oficiales por no seguir el lenguaje impuesto desde la Casa Blanca. Ha permitido que un estudiante extranjero sea detenido simplemente por haber escrito un artículo crítico con Israel. Y, en paralelo, más de 1.900 científicos han firmado una carta denunciando que el gobierno de Trump está socavando la investigación científica en Estados Unidos, incluyendo recortes de fondos y censura específica en temas como el cambio climático. A ello se suma su desafío constante a ciertas sentencias judiciales que no le son favorables, alimentando una narrativa en la que las instituciones que lo contradicen pasan a ser vistas como enemigas del pueblo. No estamos ante un régimen dictatorial, desde luego, pero el terreno resbaladizo que se pisa al debilitar el respeto por la libertad de expresión, el pensamiento crítico y la independencia judicial es evidente.
En política exterior, Trump también está dibujando un nuevo mapa mental del mundo. Su cercanía a Vladímir Putin y su forma de abordar el conflicto en Ucrania —con llamados a una negociación que asume la legitimidad de las esferas de influencia— se alinea más con la visión geopolítica de Pekín que con la tradición estadounidense. Es un discurso que renuncia al papel de liderazgo global y acepta que cada potencia controle su espacio sin interferencias. Una visión funcional para evitar conflictos, pero profundamente peligrosa si lo que se pretende es defender los principios democráticos más allá de las fronteras.
En este contexto, las tensiones territoriales también adquieren un matiz ideológico. Mientras Trump asegura que defenderá Taiwán frente a los intentos de anexión de China, ha hecho públicas sus aspiraciones de “reclamar” Groenlandia para Estados Unidos. Este doble discurso erosiona la autoridad moral estadounidense y da argumentos a quienes justifican sus propias ambiciones geopolíticas con la misma lógica expansionista. Cuando el vicepresidente J.D. Vance afirma que “Groenlandia entiende que EE. UU. debe asumir su responsabilidad”, lo que hace es volver al lenguaje del siglo XIX, donde las grandes potencias hablaban de su “destino manifiesto” para ocupar territorios.
La pregunta que se hacen muchos aliados de Washington es hasta dónde está dispuesto a llegar Trump en su intento por moldear el mundo a su antojo. Y, sobre todo, qué quedará de los valores democráticos si el precio del liderazgo es aceptar sin resistencia, que el fin justifica los medios.
Conclusión:
Lo que estamos viendo no es solo una estrategia electoral o un exceso retórico. Es una concepción del poder que borra las fronteras entre democracia y autoritarismo. Cuando se desprecia la Constitución, se desacredita a la prensa, se minimiza la disidencia y se normalizan las esferas de influencia, el riesgo no es solo político: es estructural. La democracia no muere de un día para otro. Se erosiona lentamente, entre aplausos, indiferencia y normalización. Y si no se defiende desde dentro, ningún enemigo externo será necesario para acabar con ella.
Y llegados a estas conclusiones, toca que cada uno mire lo que ocurre dentro de su propio país, porque el autoritarismo no va de ideologías políticas, ya sean de izquierdas o de derechas, sino que se alimentan de un egocentrismo absoluto del que se cree que está por encima de las normas que nos rigen a todos.
Puede que la próxima guerra en Europa no sea con tanques y bombas
Mientras seguimos debatiendo sobre el gasto en defensa o el envío de armas a Ucrania, es posible que estemos mirando en la dirección equivocada. La verdadera amenaza no llegará con misiles ni soldados cruzando fronteras. Llegará en forma de sabotaje, ciberataques y apagones. Y puede que ya haya comenzado.
Europa ha sido testigo en los últimos meses de una sucesión inquietante de incidentes que han afectado a infraestructuras críticas. Cables submarinos cortados han dejado incomunicadas regiones enteras. Sistemas informáticos hospitalarios han colapsado provocando la cancelación de cientos de operaciones quirúrgicas. Las redes ferroviarias de alta velocidad se han paralizado tras sabotajes, aun sin esclarecer. El aeropuerto de Heathrow, uno de los más importantes del mundo, tuvo que cerrar por el incendio de una subestación eléctrica. En todos estos casos, las sospechas apuntan a una guerra en la sombra, cuidadosamente diseñada para no dejar huella clara y generar confusión, caos y miedo.
La vieja Europa, tecnológicamente avanzada e interconectada como nunca, se muestra, sin embargo, frágil ante este tipo de ataques. No estamos preparados. Durante años se ha subestimado la necesidad de proteger aquello que sostiene el funcionamiento básico de nuestra sociedad. La energía, las telecomunicaciones, el transporte, la nube, los hospitales, los puertos o incluso los supermercados forman parte de una nueva línea de frente. Una que no se combate con ejércitos convencionales, sino con inteligencia, sabotaje y ciberataques.
Rusia está jugando esta partida desde hace tiempo. Desde los servicios secretos alemanes hasta los informes del CSIS, todos coinciden en que Moscú lleva dos décadas explorando debilidades, recogiendo información y lanzando ataques sutiles pero efectivos. Lo preocupante es que esta guerra híbrida no requiere un conflicto abierto. Incluso si se firmara la paz en Ucrania, los ciberataques, los sabotajes y la presión sobre infraestructuras críticas probablemente seguirán. Porque el objetivo es otro: probar la resiliencia del adversario, medir su voluntad política, y dejar claro que, si quieren, pueden hacer mucho daño.
Fuente: ElMundo, Le Monde, CSIS
Conclusión
En un mundo hiperconectado, las guerras ya no necesitan misiles. Basta con cortar un cable, introducir un “malware” o provocar un incendio “fortuito” en el sitio correcto para sembrar el caos. Europa necesita despertar de esta ingenuidad y tomarse en serio una realidad que ya está aquí. Porque la próxima guerra no será anunciada. Simplemente, empezará, sin avisar, con un fallo en la red eléctrica, un sistema caído o un aeropuerto paralizado. Y entonces, quizás, será demasiado tarde.
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El petróleo venezolano en el punto de mira de la guerra arancelaria
Las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela vuelven a tensarse. La nueva amenaza de Donald Trump, quien ha anunciado su intención de imponer aranceles a cualquier país que compre petróleo venezolano, marca un punto de inflexión en una relación ya marcada por décadas de fricciones, sanciones y desconfianza mutua.
Durante el mandato de Biden, EE. UU. optó por relajar parcialmente su presión sobre Caracas, autorizando licencias puntuales que permitieron a Venezuela exportar crudo bajo ciertas condiciones. El objetivo era fomentar avances en el diálogo político y preparar el terreno para unas elecciones más transparentes. Sin embargo, tras el reciente veto a la candidatura opositora y unas elecciones nuevamente cuestionadas por la comunidad internacional, ese breve periodo de distensión se ha desvanecido. La relación vuelve a estar marcada por sanciones, desconfianza y tensión. En este contexto, Trump ha recuperado su línea más dura, utilizando la amenaza arancelaria como herramienta de presión y como mensaje político de fuerza de cara a su electorado.
Pero la realidad es que las refinerías de EE. UU. son las mayores compradoras de petróleo barato, viscoso y sulfuroso que produce Venezuela, adquiriendo el 40% de todo el petróleo exportado por el régimen de Maduro en 2024, según fuentes de Bloomberg. China e India son los siguientes mayores clientes, y tras ellos están España, Brasil, Cuba y Turquía
Si la amenaza de Trump se concreta, las economías que mantienen vías de intercambio comercial con Venezuela se verán obligadas a reconsiderar su posición. Las sanciones podrían obstaculizar operaciones de empresas energéticas europeas o asiáticas, incluso si estas no operan directamente en suelo estadounidense. El caso de España es especialmente sensible, ya que parte del crudo se utiliza para saldar deudas acumuladas con Repsol, lo que podría complicar la recuperación de activos pendientes. El siguiente gráfico muestra la evolución de la cotización de Repsol desde el año 2006.
Fuente: Tradingview
Los gobiernos afectados tienen pocas salidas. Algunos podrían optar por reforzar la cooperación energética con países como Irán o Rusia. Otros se verán forzados a renegociar contratos o buscar exenciones dentro del marco legal internacional. La Unión Europea, previsiblemente, abrirá un nuevo frente diplomático para proteger a sus empresas de posibles represalias. La línea de acción dependerá de hasta dónde esté dispuesto a llegar Trump en su estrategia de presión y del margen que tengan los gobiernos afectados para desafiarlo sin poner en riesgo relaciones más amplias.
El Gobierno español estará obligado a hacer equilibrismo. Por un lado, preservar su posición en Venezuela implica proteger intereses energéticos y ciudadanos con vínculos familiares y económicos. Por otro, un enfrentamiento directo con Washington no parece viable. La solución más probable pasará por articular una posición conjunta desde Bruselas que permita abrir una vía de diálogo o excepciones técnicas.
Conclusión
La amenaza arancelaria de Trump no es solo una cuestión de presión sobre Maduro. Es una advertencia a todos los países que aún mantienen lazos energéticos con Venezuela. Y en esa lista está España. Las próximas semanas dirán si esta amenaza se convierte en un conflicto diplomático de mayores proporciones o si, como tantas veces, se trata solo de una carta de presión en una partida más amplia. Más allá de la coyuntura, esta situación pone de relieve hasta qué punto la política energética global sigue siendo rehén de los intereses geoestratégicos. Ninguna decisión comercial está exenta de implicaciones diplomáticas, y ningún país puede permitirse ignorar cómo los giros en Washington acaban redibujando las reglas del juego internacional.
El miércoles 9 de abril a las 19:00 h (Madrid) estaré en directo en mi canal de YouTube para charlar contigo sobre las últimas novedades del mercado. Durante la sesión, abordaré temas como las recientes decisiones de Trump, los nuevos aranceles y el papel de las criptomonedas, y responderé en tiempo real a todas tus preguntas.
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Las tensiones geopolíticas y el creciente gasto en tecnología de defensa para la guerra cibernética probablemente tendrán un efecto dominó en la industria, pero nada de este crecimiento ocurrirá si las condiciones macroeconómicas no son las adecuadas, y una segunda administración de Trump ha resultado ser más impredecible de lo que el mundo empresarial había anticipado.
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Esta newsletter es un paso más de un camino que comencé hace años con la intención de poner algo de luz a muchas informaciones sesgadas o poco éticas sobre lo que sucedía en el mundo de la inversión. Hoy sigo con la misma idea, creo que si lo que define al mercado es el conjunto de lo que hacemos todos los inversores juntos, necesitamos hacer esto con responsabilidad, conocimiento y la información más rigurosa. Espero que en The Trader, te sientas identificado.
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