The trader nº 131
La interpretación inteligente del mercado
La interpretación inteligente del mercado

Bienvenido a mi visión personal sobre la actualidad de los mercados financieros nº131. Gracias por tu interés, si te has perdido alguna entrega o aún no estás suscrito puedes revisar aquí
La revolución de la inteligencia artificial avanza a una velocidad que pocos anticiparon y con una intensidad de inversión que recuerda a las grandes épocas de exceso financiero. Paul Kedrosky, uno de los analistas más respetados en ciclos tecnológicos, sostiene que esta fase no es simplemente una burbuja tecnológica más, sino la suma de todas las burbujas anteriores concentradas en un solo fenómeno. Su tesis merece atención porque no cuestiona el potencial de la IA, sino la dinámica que se ha creado alrededor de ella.
En Estados Unidos, la construcción de centros de datos se ha convertido en un motor económico tan potente que, según sus cálculos, llegó a representar más del 50 % del crecimiento del PIB en la primera mitad del año. Este nivel de inversión es extraordinario. Nunca antes una sola categoría de gasto privado había impulsado tanto la actividad económica en tan poco tiempo. Y no hablamos solo de edificios; hablamos de energía, redes, refrigeración industrial, chips y una cadena de proveedores que se ha metido de lleno en la carrera.
El problema no es la inversión en sí, sino la naturaleza de lo que se está construyendo. El hardware clave, especialmente los chips de entrenamiento, tiene una vida útil sorprendentemente corta. Un GPU sometido a uso intensivo puede agotarse en torno a los dieciocho meses. La obsolescencia tecnológica hace que equipos de dos o tres años queden desplazados por nuevas generaciones más potentes. Y, aun así, gran parte de esta infraestructura se está financiando con esquemas típicos del sector inmobiliario, con préstamos a plazos de veinte o treinta años. El desajuste entre la duración real del activo y la duración de la deuda es enorme. En una burbuja inmobiliaria esto ya sería un riesgo grave; en una burbuja tecnológica con depreciación acelerada, lo es aún más.
A esto se suma un punto que rara vez se discute: el modelo económico de los grandes modelos de lenguaje. Lejos de comportarse como un software tradicional, donde cada usuario adicional reduce el coste medio, aquí sucede lo contrario. Los costes marginales no tienden a cero. La computación necesaria para entrenar, actualizar y servir modelos es elevada y crece con el tamaño de la demanda. No existe todavía una economía de escala que alivie la presión financiera. En algunos casos, los ingresos aumentan, pero los costes aumentan igual o más rápido. Otra capa de riesgo aparece en la estructura de la financiación. La infraestructura de IA se está financiando no solo con deuda bancaria tradicional, sino con mecanismos mucho más complejos: vehículos fuera de balance, deuda privada empaquetada, contratos de arrendamiento combinados con promesas de uso futuro. Es un ecosistema que recuerda a las titulizaciones previas a 2008: ingresos futuros muy optimistas y un exceso de confianza en que la demanda no solo se mantendrá, sino que crecerá indefinidamente.
Aun así, la inversión continúa porque la narrativa lo impulsa todo. La idea de que la IA es una carrera geopolítica que Estados Unidos no puede perder crea un respaldo implícito. Los inversores creen que, si algo va mal, habrá apoyo público, incentivos, subsidios o rescates, igual que ocurrió en el sector financiero o en el sector automovilístico en momentos críticos. Esta expectativa reduce la percepción de riesgo y alimenta aún más el ciclo. Pero la brecha cada vez mayor entre el gasto necesario para construir centros de datos de IA y el dinero que realmente generan los productos que funcionan gracias a ellos crea un riesgo importante. Según el Center for Public Enterprise, ‘si se produce una parada repentina en la financiación de nuevos centros de datos, las empresas en situación de financiación Ponzi (con déficits de caja) se verán obligadas a intentar cubrir su posición vendiendo activos’, es decir, provocando ventas forzadas a precios de derribo, lo que ‘probablemente conduciría a un colapso del valor de esos activos.
Fuente: Center for Public Enterprise
Nada de esto significa que la IA no vaya a transformar el mundo. Ya lo está haciendo. Pero como en todas las grandes revoluciones tecnológicas, el exceso suele preceder al impacto real. Es posible que hoy estemos adelantando inversión futura en cantidades imposibles de sostener. Y si llega una corrección, no afectará solo a las tecnológicas. Alcanzará al sector inmobiliario industrial, a los fondos de crédito privado, a la deuda corporativa de alto riesgo y a cualquier vehículo que dependa de que esta expansión continúe sin freno.
La pregunta no es si la IA representa o no una revolución tecnológica de las más importantes desde hace siglos, sino si el ritmo actual es sostenible.
El auge de la inteligencia artificial tiene fundamentos reales, pero el volumen, la velocidad y la estructura de la inversión están dibujando un patrón inquietantemente familiar. La combinación de infraestructuras que caducan rápido, deuda a largo plazo, expectativas elevadas y una narrativa casi mesiánica es lo que lleva a Kedrosky a afirmar que estamos frente a una “meta-burbuja”, la suma de todas las anteriores. Si la historia sirve de guía, el riesgo no está en la tecnología, sino en las expectativas humanas. Y ese suele ser siempre el punto más frágil de cualquier ciclo económico.
| Cierre Semanal | Cierre Anual | Precio actual | Últimos 5 días | En el año | |
|---|---|---|---|---|---|
| S&P500 | 6602,99 | 5881.94 | 6812,61 | 3,17% | 15,83% |
| Nasdaq100 | 24239,57 | 21017.27 | 25236,94 | 4,11% | 20,11% |
| Eurostoxx50 | 5515,09 | 4917.88 | 5647,91 | 2,41% | 14,84% |
| Ibex35 | 15821,90 | 11595 | 16358,00 | 3,39% | 41,08% |
| Oro | 4116,00 | 2641 | 4182,70 | 1,62% | 58,38% |
| Brent | 61,38 | 74.64 | 61,64 | 0,42% | -17,42% |
| Natgas | 4,74 | 3.10 | 4,61 | -2,74% | 48,71% |
| SSE | 3834,89 | 3351.76 | 3875,26 | 1,05% | 15,62% |
| Bitcoin | 86783,85 | 93507.86 | 91673,11 | 5,63% | -1,96% |
*Cierre semanal: 20 de noviembre del 2025 a las 10:00
*Cierre anual: Último dato del 31 de diciembre del 2024
*Cierre anual de Eurostoxx: 30 de diciembre del 2024
*Precio Actual: 27 de noviembre del 2025 a las 10:00
Dónde nos puede llevar el nuevo “America First”
El giro económico que está tomando Estados Unidos bajo la doctrina “America First” se ha convertido en una de las señales más preocupantes del momento. No solo porque rompe con el modelo que ha sostenido el comercio global durante décadas, sino porque activa dinámicas que ya conocemos demasiado bien. La historia demuestra que cuando el nacionalismo económico se convierte en la brújula de un país, las tensiones dejan de ser solo comerciales y empiezan a escalar hacia un terreno mucho más inestable.
El nuevo marco estadounidense descansa en tres pilares: aranceles masivos para blindar sus industrias, intervención estatal directa en decisiones privadas y una visión estratégica del acceso a materias primas dentro y fuera del país. Todo ello acompañado de episodios que hace solo unos años habrían parecido impensables: presiones públicas a multinacionales para que modifiquen su producción, amenazas veladas a grandes inversores y propuestas que bordean la reconfiguración territorial de regiones estratégicas.
A primera vista parece una novedad, pero basta mirar atrás para ver que este patrón no es nuevo. En el siglo XIX, Reino Unido, Francia, Alemania y la propia, EE. UU. levantaron muros arancelarios, intervinieron sus economías y consideraron las materias primas un asunto de seguridad nacional. Cuando el mercado dejó de garantizar ese acceso, los choques entre potencias se multiplicaron hasta desembocar en conflictos territoriales. La Primera Guerra Mundial nació, en buena parte, de esa lógica.
Los mismos errores se repitieron en el periodo de entreguerras: aislamiento económico, aranceles cada vez más altos, bloques rivales y la sensación de que la prosperidad de unos solo podía lograrse a costa del empobrecimiento de otros. El desenlace fue una combinación explosiva: colapso del comercio global, depresión, autarquía, radicalización política y, finalmente, una nueva guerra a escala mundial.
El orden económico construido tras 1945 (instituciones multilaterales, reglas claras y cooperación comercial) nació precisamente para impedir que volviéramos a ese escenario. Pero ese consenso se está resquebrajando. Estados Unidos vuelve a defender que “el mercado ya no es suficiente” y que el Estado debe recuperar el control. China responde restringiendo minerales críticos. Europa protege su industria del automóvil eléctrico. México endurece sus políticas de sectores estratégicos. La lógica de suma cero vuelve a expandirse.
Y las tensiones ya no son solo económicas. La última prueba es el ultimátum que Donald Trump ha lanzado a Volodímir Zelenski para aceptar un acuerdo de paz en Ucrania diseñado directamente entre Washington y Moscú. Un mensaje que rompe con décadas de diplomacia occidental impulsa una visión abiertamente transaccional de la geopolítica y refuerza la idea de que las grandes potencias vuelven a actuar sin coordinación internacional, priorizando solo sus intereses estratégicos. Es una señal más de hacia dónde nos lleva este clima: decisiones unilaterales, presión sobre países aliados y negociaciones que ya no buscan estabilidad global, sino ventajas nacionales a corto plazo.
El patrón se repite. Cuando cada potencia solo mira por sí misma, los conflictos dejan de resolverse en mesas multilaterales y empiezan a trasladarse a escenarios cada vez más tensos. La historia no deja demasiado margen a la interpretación.
Las grandes crisis nunca empiezan de un día para otro. Se inician con pequeños pasos, con decisiones que parecen lógicas en el corto plazo… hasta que dejan de serlo. Un mundo donde cada país opera únicamente en defensa de sus propios intereses es un mundo más frágil, más imprevisible y mucho menos seguro. Reformar la globalización es necesario. Dinamitarla sin un plan alternativo, como ya aprendimos hace un siglo, solo conduce a un coste demasiado alto.
El mercado vuelve a cambiar el guion sobre la FED
La narrativa que dominaba hace solo unos días ha saltado por los aires. El mercado laboral había enfriado con fuerza las expectativas de nuevos recortes de tipos para la reunión del 10 de diciembre. La probabilidad de un descenso hacia el rango 3,50 % – 3,75 % se había desplomado, y el consenso apuntaba claramente a que la Fed mantendría los tipos sin cambios. Pero esta vez todo ha cambiado mucho más rápido de lo habitual.
Fuente: Investing
Dos factores han dado la vuelta al tablero en cuestión de horas. El primero, la reacción de los mercados financieros: la caída de la bolsa estadounidense reavivó la presión sobre la Fed, recordando un patrón que hemos visto demasiadas veces en la última década. Cuando el mercado sufre, el banco central tiende a suavizar su discurso. Y eso nos lleva al segundo factor: las palabras de John Williams, presidente de la Fed de Nueva York y uno de los votantes permanentes más influyentes dentro del FOMC.
Su mensaje fue directo: “Todavía veo margen para un ajuste adicional en el corto plazo para situar la política en un nivel más cercano al neutral.” Es decir, dejó la puerta abierta (explícitamente) a un recorte de tipos en diciembre. En un contexto en el que las expectativas se habían enfriado por completo, este comentario fue suficiente para reactivar las apuestas a una velocidad extraordinaria.
La probabilidad, que había caído a la zona del 30 %, volvió a repuntar con fuerza tras las declaraciones de Williams. Es uno de los cambios más bruscos que hemos visto este año. Y lo que lo hace especialmente relevante es que no vino acompañado de datos económicos nuevos: fue simplemente una señal desde el corazón operativo de la Fed.
Esto deja un mensaje claro: la institución sigue profundamente condicionada por la evolución de los mercados y, cuando el riesgo financiero aumenta, el discurso se suaviza. La caída bursátil de los últimos días probablemente ha influido en la lectura interna del riesgo, igual que ocurrió en episodios anteriores.
El mercado entra en la recta final previa a la reunión del 10 de diciembre con un escenario mucho más abierto, donde tanto mantener como recortar tipos vuelven a ser opciones reales. La Fed insiste en que todo depende de los datos, pero una vez más queda claro que los movimientos del mercado también pesan… y, a veces, más de lo que reconocen públicamente.
El desenlace está cerca y esta vez, a diferencia de otras, no hay una certeza respecto a lo que hará la FED, aunque tras las declaraciones de Williams la balanza se decanta hacia un nuevo recorte de tipos. Desde 2022 hasta ahora hemos asistido a uno de los periodos de política monetaria más volátiles de la última década, y 2026 se presenta también interesante, si tal y como se prevé, Trump sustituye a Powell al mando de la FED en favor de un candidato más dócil y proclive a seguir sus indicaciones.
El lujo ahora es barato…y lo básico ahora es prohibitivo
Hay una fractura generacional que explica muchas discusiones sobre economía: los “boomers” crecieron en un mundo donde los artículos de lujo eran realmente caros y las necesidades básicas eran asequibles. Ese mundo ya no existe. Los datos del Bureau of Labor Statistics de EE. UU. lo muestran de forma brutal: desde el año 2000, lo que más se ha encarecido no son los caprichos, sino los pilares de la vida cotidiana.
Fuente: Visualcapitalist
Mientras los servicios hospitalarios, la educación universitaria, las guarderías o la vivienda se han disparado entre un 70% y más de un 200%, categorías que antes se consideraban “lujosas” (televisores, software, juguetes, servicios de telefonía) se han abaratado entre un 50% y un 90%. El televisor que en los 80 era símbolo de estatus hoy vale menos que una cita rutinaria en un hospital. La educación, que antes era un ascensor social accesible, se ha convertido en una montaña imposible para millones de jóvenes. Y criar a un hijo cuesta más que nunca en términos reales.
El resultado es chocante para quien mira el mundo con el prisma del pasado. Un “boomer” ve a un joven con un móvil de última generación y piensa que está tirando el dinero. Pero ese mismo móvil es hoy muchísimo más barato, en términos relativos, que la vivienda, la sanidad o los estudios. No es un lujo: es una herramienta de supervivencia en un mercado laboral digitalizado. En cambio, las auténticas necesidades (un techo, salud, formación) se han convertido en bienes de lujo. Esto cambia por completo la conversación sobre esfuerzo, ahorro y meritocracia. No es que las nuevas generaciones gasten mal; es que el tablero está inclinado contra ellas. Los consumibles tecnológicos son accesibles porque la competencia global y la innovación los abarata. Pero los servicios esenciales, protegidos por barreras estructurales, oligopolios y rigideces institucionales, se encarecen año tras año.
Si uno mira los datos con honestidad, la conclusión es evidente: los jóvenes no quieren más lujos; quieren poder pagar lo básico. Lo que está roto no es su escala de prioridades, sino el sistema que convierte la vivienda, la salud y la educación en bienes de lujo. La brecha generacional no es moral, es económica. Y mientras no entendamos ese cambio, seguiremos discutiendo sobre gadgets tecnológicos mientras el coste de la vida se nos come por dentro.
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El día en que Japón dejó de financiar al mundo
Hay momentos que marcan un antes y un después en los mercados, aunque a primera vista parezcan irrelevantes. El pasado 10 de noviembre ocurrió uno de ellos. Ese día, el bono japonés a 10 años alcanzó una rentabilidad del 1,71%, una cifra aparentemente modesta, pero que simboliza el final de una era: la era del dinero casi gratuito que ha sostenido silenciosamente a la economía global durante más de tres décadas.
Para entender el alcance del cambio hay que mirar atrás. Desde el estallido de su burbuja inmobiliaria en 1991, Japón entró en un largo periodo de deflación y crecimiento débil. El Banco de Japón llevó los tipos a cero en 1999 y los mantuvo ahí durante décadas, llegando incluso a aplicar tipos negativos y a controlar directamente la curva de rendimientos. Esto dejó a sus grandes inversores (aseguradoras, fondos de pensiones y bancos) con un problema evidente: necesitaban rentabilidad, pero en su propio país no había ninguna.
La solución fue exportar capital al resto del mundo. Japón se convirtió en el mayor acreedor global y acumuló más de tres billones de dólares en activos extranjeros. Compró masivamente deuda estadounidense, bonos europeos, crédito corporativo y emisiones de mercados emergentes. Esa demanda constante mantuvo los tipos bajos en todo el planeta, permitió a gobiernos endeudarse sin dificultad y sostuvo valoraciones bursátiles que de otro modo habrían sido imposibles. La deflación japonesa no solo afectó a su economía interna: también exportó un sesgo deflacionario al mundo, abaratando la financiación de todos.
Ese ciclo empezó a romperse el 10 de noviembre. La combinación de tipos más altos, estímulos fiscales masivos y expectativas de nuevas subidas del Banco de Japón ha cambiado por completo la ecuación. A estos niveles, a los grandes inversores japoneses ya no les sale rentable comprar deuda estadounidense o europea: cuando cubren el riesgo de divisa, las rentabilidades resultan negativas. Es decir, pierden dinero por el simple hecho de ser prudentes.
El resultado es un giro estructural: el capital japonés está empezando a regresar a casa. No será un movimiento instantáneo, pero el flujo ya ha cambiado de dirección. El mayor comprador extranjero de deuda de EE. UU. (Treasuries, el inversor silencioso que durante décadas mantuvo el coste de financiación estadounidense bajo control) está reduciendo exposición. Y cuando un acreedor de ese tamaño retira su apoyo, las consecuencias afectan a todo el sistema.
La primera consecuencia es que las primas de riesgo a largo plazo subirán. Sin Japón comprando, los mercados exigirán más rentabilidad para compensar la falta de demanda permanente. Es un cambio profundo: incluso si la Reserva Federal baja tipos a corto plazo, los tipos a largo podrían mantenerse altos por motivos puramente estructurales. Las hipotecas, los préstamos corporativos y el coste de financiar el déficit público sentirán esa presión.
La segunda consecuencia es el fin del “carry trade” en yenes. Durante veinte años, el yen ha sido la divisa preferida para financiar inversiones globales por su coste casi nulo. Con los tipos japoneses al alza, esa estrategia pierde sentido y muchas posiciones comienzan a deshacerse. Es un proceso que históricamente se desordena muy rápido: basta recordar la apreciación del 13% del yen tras la subida sorpresa del Banco de Japón en 2024. El cierre forzado de esa operativa puede golpear a mercados emergentes, crédito de riesgo y posiciones apalancadas en activos globales.
La tercera consecuencia es interna. Japón acumula una deuda pública del 263% del PIB, y durante años esto ha sido viable gracias a un coste de financiación prácticamente cero. La subida de rentabilidades cambia esa dinámica: cada punto adicional implica miles de millones más en intereses. El nuevo paquete fiscal de más de 17 billones de yenes ya tendrá que financiarse a tipos más altos de los que Japón ha enfrentado en quince años. El país empieza a descubrir sus propios límites y, con ello, envía un mensaje claro al resto del mundo: los déficits eternos ya no son gratuitos.
Pero quizá lo más importante de este giro es lo que representa: el final de un ciclo global construido sobre dinero barato y sobre un desequilibrio que nadie cuestionó mientras funcionaba. Japón dejó de encontrar oportunidades en su economía y exportó su exceso de ahorro al resto del planeta. Esa ola de liquidez infló valoraciones, redujo la volatilidad, favoreció el apalancamiento y fomentó lo que Hyman Minsky llamó “financiación Ponzi”, donde los activos valen menos por sus flujos y más por la expectativa de tipos eternamente bajos.
Si ahora Japón empieza a ver oportunidades en casa y sus expectativas de inflación se normalizan, ese capital no volverá a salir como antes. El mundo tendrá que aprender a vivir sin ese subsidio silencioso. Y eso implica un precio del dinero más alto, condiciones financieras más exigentes y un mercado que dependerá menos de la liquidez y más de los beneficios reales.
La gran pregunta es si la transición será ordenada. Hay escenarios optimistas en los que Japón se reequilibra sin provocar grandes tensiones globales y otros más adversos en los que la subida de tipos desencadena problemas fiscales internos y ventas forzadas de activos extranjeros. Nadie puede anticipar el desenlace, pero lo que sí está claro es que el viejo régimen ha terminado. Entender este cambio no es opcional: es imprescindible para navegar los mercados que vienen.
Durante años, la deuda pública ha sido una de las alternativas más utilizadas por los inversores conservadores para proteger su capital, obtener rentabilidad estable y diversificar el riesgo de sus carteras. Sin embargo, en el entorno actual de tipos de interés variables, tensiones geopolíticas e incertidumbre económica, es lógico preguntarse si sigue teniendo sentido invertir en bonos del cómo parte de una estrategia financiera bien planteada.Te cuento aquí cómo hacerlo.
La semana pasada hablábamos de la brecha generacional en España es mucho peor de lo que cuentan las estadísticas oficiales, pero ser joven adulto hoy es más difícil que nunca, también, en Estados Unidos.
El desempleo entre quienes tienen 20-24 años sube, los salarios caen y la vivienda es inalcanzable. El retorno de la educación universitaria ya no es claro. Según Oxford Economics, el “sueño americano” vendido a la Generación Z se está alejando a una velocidad nunca vista.
Mientras el mercado laboral se enfría, los jóvenes son los que más sufren:
El paro joven ha aumentado más de 2 puntos desde 2023, el crecimiento salarial es peor que en cualquier otro grupo de edad, la movilidad laboral (normalmente alta al principio de la carrera) está estancada.
Pero el impacto no es solo laboral. Es financiero, estructural y profundo y lo vemos en una generación que comienza con fragilidad financiera. Solo el 38% de la Gen Z domina conceptos financieros básicos, pero, pese a ello, más del 56 % invierte, muchas veces sin base sólida, mientras son el grupo más propenso a asumir riesgos altos. La realidad es que la entrada al mundo de la inversión ocurre antes… pero con menos criterio.
Este cambio afecta incluso al consumo del país. Oxford Economics estima que hoy hay 1 millón más de jóvenes viviendo con sus padres de lo que se habría esperado según las tendencias prepandemia y eso retraduce en un impacto de 12.000 a 13.000 millones de dólares menos en el consumo de EE. UU., aproximadamente el 0,1 % del gasto total del país.
La Generación Z estadounidense está entrando a la vida adulta en uno de los contextos económicos más duros de las últimas décadas. Un mercado laboral estancado, salarios débiles, vivienda prohibitiva y baja educación financiera forman una tormenta perfecta. El acceso para invertir nunca ha sido tan fácil tanto en EE. UU. como en el resto del mundo, pero entender cómo y por qué invertir sigue siendo para los más jóvenes la asignatura pendiente.
En un mundo saturado de ruido financiero, estrategias milagrosas y “gurús” que prometen batir al mercado, John C. Bogle (fundador de Vanguard e inventor de los fondos indexados) sigue siendo el referente que devuelve la inversión a lo esencial: Método, disciplina, sencillez y costes bajos.
Su obra El pequeño libro para invertir con sentido común sigue siendo uno de los mejores manuales para construir riqueza y es un recordatorio contundente de algo que muchos olvidan: la inversión no debe ser complicada para ser efectiva. Bogle defiende una idea simple y revolucionaria: poseer el mercado entero a bajo coste es el método más sólido para capturar el crecimiento económico a largo plazo. Esto no requiere adivinar el futuro, ni seleccionar al gestor estrella, ni cambiar de estrategia cada año. Solo constancia y una cartera diversificada de fondos indexados de acciones y bonos de alta calidad.
Lo interesante del libro (y lo que lo convierte en un clásico) es que no se limita a explicar cómo invertir. Bogle habla de filosofía, comportamiento, riesgo, ética y del papel que tiene el tiempo en la construcción del patrimonio.
Además, cuestiona con franqueza un sector donde demasiadas veces los incentivos van en contra del inversor: comisiones excesivas, rotación inútil de carteras y estrategias más diseñadas para vender productos que para crear riqueza real.
Si buscas una guía clara para construir tu cartera o un antídoto frente al exceso de complejidad del mercado, este libro sigue siendo uno de los mejores puntos de partida. Está editado por Deusto.

Esta newsletter es un paso más de un camino que comencé hace años con la intención de poner algo de luz a muchas informaciones sesgadas o poco éticas sobre lo que sucedía en el mundo de la inversión. Hoy sigo con la misma idea, creo que si lo que define al mercado es el conjunto de lo que hacemos todos los inversores juntos, necesitamos hacer esto con responsabilidad, conocimiento y la información más rigurosa. Espero que en The Trader, te sientas identificado.
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