The trader nº 130
La interpretación inteligente del mercado
La interpretación inteligente del mercado

Bienvenido a mi visión personal sobre la actualidad de los mercados financieros nº130. Gracias por tu interés, si te has perdido alguna entrega o aún no estás suscrito puedes revisar aquí
En diciembre de 1989, Estados Unidos decidió acabar con la narcodictadura del general Manuel Antonio Noriega en Panamá. Fue una intervención militar abierta, rápida y quirúrgica, bautizada como “Operation Just Cause”. Durante años, Noriega había sido informante de la CIA, aliado irregular y pieza útil de Washington en plena Guerra Fría. Pero terminó convirtiéndose en un problema: blanqueo de capitales, vínculos con carteles, represión interna, manipulación electoral y un creciente desafío a la influencia estadounidense en el Canal de Panamá. La Casa Blanca decidió que había cruzado una línea roja y se puso en marcha una operación que movilizó a más de 27.000 soldados, unidades de élite, paracaidistas y bombardeos puntuales. En pocas semanas Noriega fue acorralado, terminó refugiado en la Nunciatura Apostólica y finalmente se rindió. Fue extraditado a Estados Unidos y condenado por narcotráfico. Panamá instaló un gobierno reconocido internacionalmente, reformó sus fuerzas de seguridad y volvió (al menos temporalmente) a la normalidad institucional. Pero no hubo unanimidad: la Asamblea General de la ONU condenó la invasión como una violación del derecho internacional. Pese a ello, Washington logró su objetivo estratégico con un coste bajo y un mensaje claro para la región.
Hoy, cuando observamos la presión de Estados Unidos sobre Nicolás Maduro, es inevitable ver paralelismos con aquel episodio. Las acusaciones contra el régimen venezolano son muy similares: vínculos con el narcotráfico a través del llamado “Cartel de los Soles”, deterioro democrático, represión interna, manipulación electoral, presencia de grupos criminales y una deriva que pone en tensión la estabilidad regional. No es casualidad que EE. UU. haya intensificado sus operaciones encubiertas, los despliegues navales en el Caribe y las acciones contra embarcaciones sospechosas de tráfico ilícito. La retórica recuerda al caso Noriega: un régimen convertido en amenaza hemisférica. Pero al mismo tiempo, las diferencias son enormes. Panamá era un país pequeño donde Estados Unidos tenía presencia militar y logística permanente. Venezuela es un Estado grande, con apoyo abierto de Rusia, China e Irán, con una capacidad armada superior y con un impacto geopolítico mucho mayor. En Washington lo saben: cualquier operación directa tendría un coste político, militar y diplomático muchísimo más elevado. Quizá por eso, la estrategia actual se parece más a un cerco prolongado que a una invasión repentina.
El entorno internacional añade otra capa de complejidad. Varios expertos de Naciones Unidas han denunciado que algunos ataques estadounidenses en aguas internacionales podrían considerarse ejecuciones extrajudiciales. Rusia ha acusado a Washington de “uso excesivo de la fuerza” al tiempo que respalda abiertamente a Maduro. En Occidente, la lectura predominante es que Estados Unidos quiere evitar que el régimen venezolano se consolide como un nodo de narcotráfico y como una plataforma de influencia para potencias rivales, pero sin cruzar la línea de un conflicto abierto.
La historia, en todo caso, se repite con matices. Cuando Washington percibe que un régimen mezcla autoritarismo, crimen organizado y amenazas directas a sus intereses estratégicos, pasa de la diplomacia a la acción. Con Noriega lo hizo sin rodeos. Con Maduro, la partida es más larga y el tablero más complejo. La pregunta no es si Estados Unidos quiere un cambio de régimen en Venezuela; la pregunta es qué coste está dispuesto a asumir y cuánto tiempo está dispuesto a esperar. Panamá fue un capítulo cerrado con rapidez porque el contexto lo permitía. Venezuela es una novela extensa, con demasiados actores externos y demasiadas consecuencias imprevisibles.
Lo que sí parece claro es que, tanto en Panamá como en Caracas, Estados Unidos actúa según un mismo patrón. Y cuando Washington considera un objetivo prioritario, puede tardar… pero rara vez renuncia.
| Cierre Semanal | Cierre Anual | Precio actual | Últimos 5 días | En el año | |
|---|---|---|---|---|---|
| S&P500 | 6734.11 | 5881.94 | 6642.16 | -1.37% | 12.93% |
| Nasdaq100 | 25008.24 | 21017.27 | 24640.52 | -1.47% | 17.27% |
| Eurostoxx50 | 5693.77 | 4917.88 | 5597.99 | -1.68% | 13.83% |
| Ibex35 | 16345.90 | 11595 | 16017.9 | -2.01% | 38.14% |
| Oro | 4094.20 | 2641 | 4062.90 | -0.76% | 53.84% |
| Brent | 64.39 | 74.64 | 64.02 | -0.57% | -14.23% |
| Natgas | 4.77 | 3.10 | 4.74 | -0.63% | 52.90% |
| SSE | 3990.49 | 3351.76 | 3931.05 | -1.49% | 17.28% |
| Bitcoin | 94411.33 | 93507.86 | 91509.24 | -3.07% | -2.14% |
*Cierre semanal: 13 de noviembre del 2025 a las 10:00
*Cierre anual: Último dato del 31 de diciembre del 2024
*Cierre anual de Eurostoxx: 30 de diciembre del 2024
*Precio Actual: 20 de noviembre del 2025 a las 10:00
El fin del dominio de EE. UU. según Goldman Sachs
Goldman ha lanzado una advertencia que rompe con la complacencia del mercado. Según su estratega jefe Peter Oppenheimer, el S&P 500 solo ofrecerá un retorno medio anual del 6,5% durante la próxima década. Una cifra modesta para quien se acostumbró a ver subidas de doble dígito en la era de los tipos bajos y la liquidez infinita.
El mensaje de fondo es claro: Estados Unidos ha disfrutado de un ciclo de rentabilidades extraordinarias, impulsado por la revolución tecnológica, el abaratamiento del dinero y la expansión de los múltiplos bursátiles. Pero ese viento de cola se ha agotado. Las valoraciones están en niveles históricamente altos, los márgenes empresariales tocan techo y las condiciones financieras ya no son tan favorables.
En su análisis, sin embargo, resalta que otras regiones empiezan a ofrecer mejores perspectivas. Goldman estima que los mercados emergentes podrían rendir un 10,9% anual, Asia (sin Japón) un 10,3%, Japón un 8,2% y Europa un 7,1%. Es decir, el liderazgo bursátil podría desplazarse hacia fuera de EE. UU. por primera vez en mucho tiempo, concretamente desde el año 2010. Es lo que denominan “una normalización” tras un ciclo excepcionalmente largo. Durante más de una década, bastaba con comprar el S&P 500 y esperar. Hoy, en cambio, el riesgo de concentración es evidente: siete grandes tecnológicas explican casi todo el rendimiento del índice, y su capacidad de seguir tirando del mercado dependerá de que mantengan beneficios y crecimientos difíciles de sostener a largo plazo.
Goldman no habla de desastre, sino de realismo. Un 6,5% anual es razonable en un entorno de mayor madurez económica, pero obliga a repensar estrategias. Ya no vale con depender de un solo país ni de un puñado de compañías. La diversificación será la principal fuente de rentabilidad y no solo de protección.
Durante años, el mundo ha girado en torno al mercado americano. Quizá la próxima década nos recuerde que la rentabilidad también se encuentra fuera del radar de Wall Street. Y que mirar más lejos, una vez más, puede ser la clave para no quedarse atrás.
China se frena justo cuando debería acelerarse
China ha arrancado el último trimestre del año con señales claras de enfriamiento económico. Lo más llamativo es un dato que no veíamos desde que existen registros: la inversión fija, uno de los pilares tradicionales del crecimiento chino, cayó un 1,7% entre enero y octubre. Bloomberg Economics estima que solo en octubre el desplome pudo rondar el 12%. Es una señal dura para un país que durante décadas basó su modelo en construir, ampliar capacidad industrial y desarrollar infraestructuras sin tregua. La industria tampoco acompañó. La producción creció un 4,9% interanual, el ritmo más bajo del año y por debajo de lo que esperaba el mercado. Y todo esto llegó acompañado de un consumo debilitándose por quinto mes consecutivo, con unas ventas minoristas que apenas avanzaron un 2,9%. En la práctica, China entra en la recta final de 2025 con un impulso mucho más frágil de lo que preveía Pekín.
Fuente: Oficina Nacional de Estadística, China, Bloomberg
Lo interesante es que esta desaceleración ocurre en pleno lanzamiento de un enorme paquete de apoyo financiero. Desde finales de septiembre, el Gobierno ha aprobado más de un billón de yuanes en estímulos, entre nuevas herramientas de financiación, fondos para reactivar la inversión pública y programas para reforzar las cuentas locales. Pero el crédito no fluye. La demanda de préstamos está estancada y el dinero no llega donde se suponía que debía llegar: a empresas y consumidores que están aplazando decisiones de gasto e inversión. La explicación tiene dos capas. Por un lado, la lucha del Gobierno contra la sobrecapacidad está siendo más costosa de lo esperado. Varias industrias, especialmente la manufactura, frenan inversiones para evitar un exceso de oferta que solo serviría para tensar aún más las relaciones comerciales con Estados Unidos y Europa. Por otro lado, la contracción del sector inmobiliario sigue arrastrando todo. La inversión en vivienda sigue cayendo y el mercado no muestra señales de haber tocado fondo.
A este cuadro interno se suma un exterior complicado. En octubre, China sufrió una caída inesperada en las exportaciones, justo cuando más necesitaba que el comercio compensara la debilidad doméstica. La tregua arancelaria acordada entre Trump y Xi Jinping en Corea del Sur puede aliviar algo la situación si reduce la presión sobre las cadenas de suministro, pero el rebote no será inmediato. El país sigue muy expuesto al deterioro del comercio global y a la prudencia de sus socios occidentales.
Con todo, Pekín mantiene su objetivo de crecimiento para 2025: alrededor del 5%. La mayoría de los analistas cree que lo logrará, sobre todo si las exportaciones se recuperan algo y los estímulos empiezan a filtrarse en la economía en los próximos meses. De hecho, el propio banco central ya ha insinuado que no tiene prisa por recortar tipos, convencido de que el impulso fiscal debería bastar. La sensación general, sin embargo, es distinta. China no está en crisis, pero sí en un momento incómodo: demasiada presión externa, poca confianza interna y un modelo que ya no funciona con la misma precisión que antes. El país puede crecer un 5%, pero cada vez le cuesta más sostener ese ritmo sin recurrir a medidas extraordinarias.
China está entrando en una nueva fase: menos impulsada por la inversión masiva, más dependiente del consumo y de una confianza que hoy está debilitada. Y esa transición, inevitable pero compleja, es probablemente el mayor riesgo económico que afrontará el país en los próximos años.
La nueva fiebre del oro se extiende de los bancos centrales a las criptomonedas
Hace apenas unas semanas los titulares apuntaban a un hecho histórico: los bancos centrales del mundo ya poseen más oro que bonos del Tesoro estadounidense. Algo que muchos analistas han identificado como un símbolo claro de desconfianza hacia el dólar y de búsqueda de refugio en un activo tangible. Pero ahora, la fiebre del oro se ha contagiado también al universo cripto.
Según datos de Bloomberg y de la propia compañía, Tether (el mayor emisor de stablecoins del mundo) ha alcanzado un récord de 12.900 millones de dólares en reservas de oro físico, equivalentes a 104 toneladas. Esto supone el doble de lo que tenía a comienzos de año, tanto en valor como en cantidad. Solo en 2025, la empresa ha estado acumulando más de una tonelada de oro por semana, consolidándose entre los mayores compradores del mercado mundial. El gráfico de Bloomberg muestra esa escalada casi vertical: desde comienzos de 2024 el crecimiento de sus reservas se ha acelerado de forma notable hasta alcanzar el nivel actual. Con esta apuesta, Tether ya gestiona más de 180.000 millones de dólares en activos totales, de los cuales el 7% está invertido en oro. Una proporción significativa para una compañía cuyo negocio gira en torno a la estabilidad del dólar digital.
Fuente: Bloomberg
La pregunta de fondo es evidente: ¿por qué todos buscan oro al mismo tiempo? Los bancos centrales acumulan reservas para reducir su dependencia del dólar; las empresas cripto, por su parte, lo hacen para reforzar la confianza en sus activos frente a la falta de control fiscal de EE. UU. y la volatilidad que pueda sufrir el sistema financiero tradicional. En ambos casos, el mensaje es el mismo: el oro vuelve a ser el ancla de credibilidad en un mundo incierto.
Cuando los bancos centrales y las criptomonedas coinciden en algo, conviene prestar atención. La fiebre del oro ya no distingue entre lo tradicional y lo digital. Es la señal más clara de que el dinero fiduciario en su formato actual, y los bonos en un mundo ultra endeudado, están empezando a provocar una pérdida de la confianza que durante décadas se daba por segura.
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¿Señales tempranas en el mercado de crédito?
Mientras el mundo entero mira a la inteligencia artificial como el gran cambio tecnológico de nuestra era, en silencio se está gestando una revolución todavía más profunda: la computación cuántica.
IBM acaba de presentar dos nuevos procesadores experimentales (Loon y Nighthawk) capaces de realizar cálculos imposibles para cualquier ordenador clásico. Google, Microsoft y otras grandes tecnológicas también están inmersas en la carrera por dominar esta nueva frontera. Y no es casualidad. Según McKinsey, esta tecnología podría generar 1,3 billones de dólares de valor económico adicional antes de 2035.
La promesa es enorme: resolver en minutos u horas lo que hoy tardaría años. Desde simular el comportamiento de moléculas para crear nuevos medicamentos hasta analizar escenarios financieros complejos o diseñar materiales avanzados. Pero el cambio no consiste en hacer los ordenadores más rápidos, sino en algo mucho más disruptivo. Los ordenadores actuales procesan información en bits (ceros o unos). Los cuánticos usan qubits, que pueden ser cero y uno al mismo tiempo. Dicho de otro modo: mientras un ordenador tradicional se parece a una moneda que muestra cara o cruz, un ordenador cuántico trabaja con la moneda girando en el aire, capturando infinitas posibilidades a la vez. Por eso no sustituirán a los ordenadores personales ni a los móviles, sino que se usarán para resolver problemas que hoy son inabordables. Farmacéuticas, automotrices o bancos ya colaboran con startups cuánticas para explorar su potencial. BMW y Airbus investigan cómo aplicarla al desarrollo de pilas de combustible, mientras Biogen y Accenture la usan para acelerar la búsqueda de fármacos.
Sin embargo, el desafío técnico es monumental. Los qubits son extremadamente frágiles: una simple vibración, un rayo de luz o un cambio de temperatura puede arruinar un cálculo. IBM y Google están intentando crear chips tolerantes a errores, algo así como el “Santo Grial” del sector. Solo cuando se logre esa estabilidad (la llamada computación cuántica de corrección total de errores) podrá comenzar la verdadera revolución. Algunos expertos creen que eso podría ocurrir en la próxima década. IBM apunta a 2030, y la mayoría de los encuestados por McKinsey coincide en ese horizonte. Cuando llegue ese momento, su impacto será comparable al nacimiento de Internet o la llegada del microprocesador. Para entender hasta qué punto este nuevo hito tecnológico cambiará nuestras vidas, lo mejor es la frase del profesor Sridhar Tayur, de Carnegie Mellon: “Hoy tratamos de hacer neurocirugía con una cuchara. La computación cuántica nos dará, por fin, el bisturí adecuado.”
La inteligencia artificial ya está cambiando la forma en que pensamos y trabajamos. Pero la computación cuántica cambiará lo que somos capaces de descubrir. No es solo una evolución tecnológica: es un salto de especie en nuestra capacidad de entender el mundo.
En análisis técnico, hay estructuras que muchos operadores pasan por alto y que, sin embargo, ofrecen información valiosa sobre posibles giros en el mercado. Las ondas de Wolfe son uno de esos patrones que, cuando sabes identificarlos, te permiten anticipar movimientos de reversión con bastante precisión. No son una fórmula mágica, pero sí una herramienta útil dentro de un enfoque disciplinado. Te cuento como usarlas en este artículo Te cuento como utilizarlos en este artículo.
La brecha generacional en España es mucho peor de lo que cuentan las estadísticas oficiales. Un reportaje reciente de Ángel Martínez en el diario El Mundo ha puesto cifras a una realidad que los jóvenes ya sienten en el día a día: no viven mejor, viven con menos… y además las estadísticas maquillan esta realidad. Los datos que desmontan el relato “optimista”:
El “truco del almendruco” está en cómo se mide: cuando el indicador usa el hogar como referencia, los ingresos de los padres “suben” artificialmente la renta del joven, ocultando la precariedad real. Pero cuando analizamos los ingresos individuales, aparece la foto auténtica: salarios bajos, inestabilidad y menos autonomía. ¿La consecuencia? Una generación atrapada en un bucle:
Y mientras tanto, el coste de la vida sube, la vivienda se dispara y la carrera profesional se retrasa.
La conclusión incómoda, pero necesaria: los jóvenes necesitan invertir. Con salarios bajos, inflación persistente y una jubilación futura cada vez más incierta, depender solo del sueldo es una condena a la vulnerabilidad económica. La única palanca realista para romper este círculo es invertir temprano, aunque sea con cantidades pequeñas. Parece que los jóvenes hoy no tienen margen para “esperar a tener más ingresos”, en un sistema que ya no garantiza estabilidad por defecto, hay que construirla.
Como digo muchas veces, invertir no es un lujo: es una necesidad generacional. Si la renta individual es de 6.400 € y la emancipación cae, la única manera de que esa generación no llegue a los 40 con menos patrimonio que ninguna anterior es activar el ahorro inversor cuanto antes. Creo firmemente que la inversión es, hoy, la herramienta más democrática que existe para no quedarse atrás.
Tras el boom de los modelos de lenguaje, llega la era de la IA física, la que algunos consideran puede ser la disrupción más grande en lo industrial de la próxima década. La IA física es una inteligencia artificial capaz de entender, simular y optimizar procesos del mundo real: fábricas, robots, motores, materiales, cadenas de montaje… No trabaja solo con texto: trabaja con física y datos reales y sirve para acortar drásticamente el ciclo desde la idea, el prototipo y el producto.
Simulas antes de fabricar, optimizas sin parar máquinas y pruebas, miles de diseños en minutos. Esto reduce costes, acelera la innovación y permite crear productos mejores y más eficientes. Por eso gigantes como Prometheus (la nueva empresa de Jeff Bezos, que ha levantado 6.200 millones antes de nacer), Tesla Optimus, Figure, NVIDIA Omniverse trabajan en fábricas, robots o gemelos digitales de plantas industriales y Siemens y Dassault en la parte de ingeniería están entrando a toda velocidad en este campo. La carrera es clara: fábricas más autónomas, robots más capaces y diseños optimizados por IA.
Si la IA generativa transformó el software, la IA física transformará el mundo material, o al menos en esa idea, está invertido el hombre que cambió el comercio mundial con Amazon.
Esta newsletter es un paso más de un camino que comencé hace años con la intención de poner algo de luz a muchas informaciones sesgadas o poco éticas sobre lo que sucedía en el mundo de la inversión. Hoy sigo con la misma idea, creo que si lo que define al mercado es el conjunto de lo que hacemos todos los inversores juntos, necesitamos hacer esto con responsabilidad, conocimiento y la información más rigurosa. Espero que en The Trader, te sientas identificado.
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