The trader nº 125
La interpretación inteligente del mercado
La interpretación inteligente del mercado
Bienvenido a mi visión personal sobre la actualidad de los mercados financieros nº125. Gracias por tu interés, si te has perdido alguna entrega o aún no estás suscrito puedes revisar aquí
Llevamos décadas viviendo como si la deuda no tuviera consecuencias. Gobiernos, empresas y familias se han acostumbrado a un modelo que confunde crecimiento con endeudamiento, estabilidad con intervención y bienestar con dinero barato. Pero los grandes ciclos de deuda (como explica Ray Dalio en su último libro “How Countries Go Broke”) siempre terminan de la misma forma: con una crisis que obliga a empezar de nuevo. John Mauldin nos recuerda que los países no se arruinan de golpe, lo hacen lentamente, siguiendo un patrón tan antiguo como predecible. Primero llega la prosperidad, luego el exceso, después la complacencia, y finalmente, el ajuste. Y aunque cada generación promete no repetir los errores del pasado, siempre lo hace. Porque la historia económica nos demuestra que sus actores no son capaces de escapar de la combinación sistemática de una memoria cortoplacista (esta vez es diferente) con un endeudamiento crónico (mantener el nivel de bienestar a cualquier precio).
Fuente: IIF
Durante la mayor parte del siglo XX, el sistema financiero vivió bajo reglas relativamente estables. Desde 1945 hasta 1971, el patrón oro de Bretton Woods imponía límites al crédito. Pero cuando Nixon cerró la “ventana del oro”, el dinero dejó de tener anclaje físico: nació la era del dinero Fiat. Desde entonces, nuestro sistema se ha sostenido sobre una promesa: que los bancos centrales podrán manejar el ciclo controlando los tipos de interés. Durante décadas funcionó. Cada crisis se resolvía bajando los tipos, inyectando liquidez y estimulando el crédito. Pero en 2008, tras la Gran Crisis Financiera, ese mecanismo se agotó. Los tipos llegaron a cero y el sistema amenazaba con colapsar. Entonces se abrió una nueva puerta: la de la monetización de deuda. Los bancos centrales empezaron a comprar bonos, luego activos financieros, e incluso acciones. La medida se creó con la idea de que fuese una herramienta excepcional para revertir una de las peores crisis que se recuerdan, pero con el tiempo se convirtió en la normalidad.
La pandemia de 2020 llevó el experimento un paso más allá. Los gobiernos y los bancos centrales coordinaron por primera vez una respuesta conjunta: gasto público masivo financiado por dinero recién creado. El resultado fue una avalancha de liquidez que evitó una depresión a raíz del COVID, pero trasladó una parte enorme de la deuda privada al balance de los Estados. Desde entonces vivimos en esa cuarta fase del ciclo: deuda pública disparada, déficit estructural y una dependencia total de la confianza del mercado.
Según Ray Dalio ahora toca la fase de “desapalancamiento”, porque llega el momento en que la deuda total supera la capacidad del sistema para sostenerla, y ni siquiera imprimir dinero basta para mantener la ilusión. Ese punto puede desarrollarse de dos maneras: lentamente, con una inflación que erosiona el valor de la moneda, o bruscamente, con una crisis financiera que fuerza la reestructuración. En ambos casos, el desenlace es el mismo: pérdida de riqueza real y un nuevo orden monetario. Es a lo que Dalio se refiere con dos formas de afrontar el final: o bien el camino caótico, basado en la austeridad, los impagos y una recesión económica. O bien el camino más equilibrado, al que llama “un desapalancamiento bello” donde se combina la reestructuración de deuda (que enfría la economía) con una dosis controlada de inflación (que la estimula). Si se logra el equilibrio justo, el crecimiento nominal supera el coste de la deuda y el sistema puede renacer.
Aunque esta última opción suena bien, ningún país ni generación ha conseguido hacerlo sin atravesar por una crisis que provoque grandes daños, porque incluso por esta vía, la reestructuración castiga a los inversores, la inflación castiga a los ahorradores y mientras tanto el Estado castiga a los contribuyentes. Todos pierden algo, porque cuando la deuda crece más rápido que la productividad, no hay soluciones, solo diferentes formas de ajuste y sufrimiento. Pero incluso si se adopta la solución menos mala, para lograrlo harán falta decisiones impopulares, disciplina fiscal y un uso verdaderamente productivo del dinero público. Si seguimos creyendo que se puede crecer gastando lo que no se tiene, acabaremos repitiendo la historia una vez más.
El mundo desarrollado avanza hacia ese punto. La deuda pública estadounidense ya supera el 120% del PIB, Europa sigue financiando déficits eternos y Japón convive con un banco central que es dueño de la mitad del mercado. Creemos que los bancos centrales siempre podrán resolverlo, pero el margen de maniobra se estrecha. Los ciclos de deuda no se detienen con promesas ni discursos. Se detienen afrontando la realidad, y lo cierto es que esa realidad se acerca deprisa.
La fase final del ciclo está marcada por ese momento en que el sistema se sostiene básicamente solo por la fe, y la fe, como la confianza, no es infinita.
Cierre Semanal | Cierre Anual | Precio actual | Últimos 5 días | En el año | |
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S&P500 | 6742,29 | 5881,94 | 6672,59 | -1.03% | 13.44% |
Nasdaq100 | 25078,64 | 21017,27 | 24745,39 | -1.33% | 17.74% |
Eurostoxx50 | 5639,08 | 4884,62 | 5594,51 | -0.79% | 14.53% |
Ibex35 | 15690,2 | 11595 | 15499,1 | -1.22% | 33.67% |
Oro | 3976,7 | 2639,3 | 4240,9 | 6.64% | 60.68% |
Brent | 65,05 | 74,8 | 62,58 | -3.80% | -16.34% |
Natgas | 4,21 | 3,63 | 4 | -5.06% | 10.06% |
SSE | 3915,48 | 3354,29 | 3916,87 | 0.04% | 16.77% |
Bitcoin | 112980,28 | 93484,46 | 110591,97 | -2.11% | 18.30% |
*Cierre semanal: 9 de octubre del 2025 a las 10:00
*Cierre anual: Último dato del 31 de diciembre del 2024
*Cierre anual de Eurostoxx: 30 de diciembre del 2024
*Precio Actual: 16 de octubre del 2025 a las 10:00
El control de exportación de tierras raras de China desata una nueva amenaza de Trump
La reciente amenaza de Donald Trump de imponer aranceles del 100% a las importaciones chinas no es una maniobra retórica, sino una respuesta directa a la decisión de Pekín de imponer controles severos a la exportación de tierras raras, exigiendo permisos especiales para su envío al extranjero. Estos materiales estratégicos son el corazón de la tecnología moderna, y China no solo controla más del 60% de la producción mundial, sino algo aún más relevante, casi el 95% del proceso de refinado. En otras palabras, posee el monopolio de 17 minerales esenciales para fabricar microchips, baterías, motores eléctricos, paneles solares, turbinas eólicas, misiles, satélites y teléfonos móviles, entre muchos otros productos tecnológicos.
Fuente: IEA, Bloomberg
La respuesta de Trump al movimiento de China no se ha hecho esperar, y tras calificar la decisión de Pekín como un acto de “guerra económica” y una amenaza directa a las cadenas globales de suministro tecnológico y militar, se baraja incrementar los aranceles en un 100% a todos los productos chinos, así como nuevas restricciones a la exportación de software estratégico estadounidense, especialmente aquel vinculado a la inteligencia artificial y la automatización industrial.
Este nuevo encontronazo entre las dos potencias mundiales comienza a ser un tema recurrente desde hace años, pero esta vez, China llega al pulso en una posición más sólida que en anteriores enfrentamientos comerciales. Sus exportaciones crecieron un 8,3% interanual en septiembre, su mayor aumento en seis meses, alcanzando 328.600 millones de dólares, pese al desplome del 27% de los envíos a Estados Unidos. El secreto de su resiliencia ha sido la diversificación geográfica: las ventas al resto del mundo se dispararon un 14,8%, impulsadas por la fuerte demanda de la Unión Europea, el Sudeste Asiático, América Latina y África. Este viraje le ha permitido a Pekín compensar con creces la pérdida de su mercado estadounidense y reducir la dependencia de un socio cada vez más hostil. A la vez, las importaciones crecieron un 7,4%, señal de que la economía china mantiene un flujo comercial saludable incluso en un contexto de tensiones. Y lo más relevante: su superávit comercial total subió hasta 90.500 millones de dólares, mientras que el superávit con EE. UU. se mantuvo estable en torno a los 23.000 millones, a pesar de las restricciones y amenazas cruzadas. En definitiva, China no se ha debilitado con el pulso comercial: se ha adaptado. Su maquinaria exportadora sigue funcionando con normalidad y su diversificación de mercados le ha permitido sortear las sanciones sin perder impulso.
Pero el pulso no se libra solo en el terreno tecnológico. En los últimos días, Pekín ha abierto un nuevo frente en la guerra comercial al sancionar a cinco filiales estadounidenses del gigante surcoreano Hanwha Ocean, en respuesta a la investigación impulsada por Washington sobre el dominio marítimo chino. Este movimiento, que afecta directamente al transporte global (responsable de más del 80% del comercio mundial), refleja hasta qué punto la disputa ha trascendido los microchips y las tierras raras para adentrarse en el control de las rutas marítimas y la infraestructura logística. China, que se ha convertido en el mayor constructor naval del planeta, percibe la reactivación de la industria estadounidense con apoyo surcoreano como un desafío estratégico. Y al responder con sanciones, envía un mensaje inequívoco: está dispuesta a defender su posición incluso en los sectores donde Occidente apenas comienza a reconstruir su competitividad.
Y es precisamente esa resistencia la que cambia el sentido de esta confrontación. Pekín llega a la mesa de negociación más fuerte de lo que muchos esperaban, y Trump, consciente de ello, ha optado por redoblar la presión. Pero este nuevo equilibrio de fuerzas podría alterar profundamente la trayectoria de la economía global, incluso si las medidas no llegan a aplicarse por completo. El mero anuncio ya ha modificado el comportamiento de empresas, inversores y gobiernos, que interpretan la situación como la confirmación de que EE. UU. y China han pasado de gestionar su rivalidad a prepararse para una lucha por la hegemonía mundial. Si las medidas se implementan, el impacto podría ser comparable al de la Ley Smoot-Hawley de 1930, que agravó la Gran Depresión al desencadenar represalias, hundir el comercio mundial y provocar una espiral deflacionaria.
Si, hablo de deflación y no de inflación, y no es un error. Es cierto que, a corto plazo, los nuevos aranceles podrían generar presiones inflacionistas por el encarecimiento de las importaciones y la disrupción de las cadenas de suministro, pero a medio plazo el verdadero riesgo sería deflacionario, debido a un menor comercio, caída de la inversión, contracción de beneficios y endurecimiento del crédito. Y ese efecto podría amplificarse si China responde con la devaluación del yuan exportando deflación al resto del mundo.
En el fondo, estamos asistiendo al desmantelamiento de la globalización que durante décadas mantuvo bajos los precios y conectó las economías. Estados Unidos y China han pasado de la interdependencia a una hostilidad creciente, y el mundo no parece entender el riesgo de este potencial “cambio climático financiero”: un comercio que se enfría, una confianza que se erosiona y un crecimiento global que da muestras de agotamiento. El control de las tierras raras y la amenaza de los aranceles no son simples disputas comerciales: son síntomas del final de una era. Durante décadas, el libre comercio abarató los bienes, impulsó el crecimiento y fomentó la cooperación. Ahora, las dos mayores potencias del planeta se preparan para un nuevo orden basado en la desconfianza y el desacople, donde cada país busca blindar su economía, aunque sea a costa del equilibrio global.
Pero conviene no confundir la tendencia de fondo con el teatro de corto plazo que interpretan sus protagonistas y al que reaccionan los mercados. Trump ha impuesto un nuevo estilo de negociación en la escena internacional: una política coercitiva, construida sobre amenazas constantes y breves pausas de aparente distensión. Ese juego de retórica agresiva y pragmatismo calculado nos lleva una y otra vez al borde del abismo, en una estrategia donde la tensión forma parte del guion. La fecha límite, el 1 de noviembre, es solo el clímax del primer acto. Y como en toda saga de éxito (y esta lo es), nadie debería descartar que la segunda temporada llegue cargada de aún más drama, incertidumbre y giros inesperados.
Momento crítico para la plata
Aunque todo el mundo está hablando de la espectacular subida del oro, lo cierto es que la plata lo está haciendo incluso mejor este año, con una revalorización superior al 70%. En las últimas semanas, su cotización ha superado los 51 dólares por onza, impulsada por un auténtico “short squeeze” histórico en el mercado de Londres, donde la escasez de metal físico ha disparado los precios hasta niveles no vistos desde 1980. Basta recordar que, en una posición corta como la que mantenían muchos especuladores contra la plata, el inversor vende algo que no posee, normalmente pidiéndolo prestado, con la intención de recomprarlo más barato después. Pero si el precio sube, las pérdidas pueden ser potencialmente ilimitadas, lo que obliga a los bajistas a recomprar rápidamente para frenar el daño. Esa ola de compras forzadas hace que el precio suba aún más, generando un efecto en cadena.
En el caso de la Plata, ese “short squeeze” en Londres se produjo por una combinación explosiva:
Según Bloomberg, la falta de liquidez ha alcanzado tal punto que ha llevado a algunos operadores a fletar vuelos transatlánticos para trasladar lingotes desde Nueva York y aprovechar las primas récord en el mercado londinense, algo muy inusual que normalmente solo ocurre con el oro. En paralelo, los factores geopolíticos también han contribuido a este rally. Las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, la amenaza de nuevos aranceles y la incertidumbre política han impulsado la demanda de metales refugio. Además, el Departamento de Comercio estadounidense está revisando la posible inclusión de la plata en la lista de minerales críticos dentro de la investigación de la Sección 232, lo que ha incrementado la preocupación por nuevas restricciones o gravámenes que agraven la escasez.
Hay que recordar que el mercado de la plata es unas nueve veces más pequeño y mucho menos líquido que el del oro. Eso hace que cualquier desequilibrio entre oferta y demanda se amplifique, y sin el respaldo de compras por parte de bancos centrales (como sí ocurre con el oro), el movimiento puede ser extremadamente volátil: tanto al alza como a la baja.
Fuente: Tradingview
Desde el punto de vista técnico, la plata está intentando dejar atrás los máximos históricos de 2011 y 1979 en el entorno de los 50 dólares la onza. Al mismo tiempo, la ratio oro/plata, que ha mantenido una tendencia alcista (favorable al oro) desde 2011, comienza a romper esa directriz. Es evidente que la plata se encuentra en un momento decisivo: o consolida la ruptura de estos niveles clave, abriendo la puerta a un movimiento hacia cotas mucho más ambiciosas, o bien rechaza esta zona de techos y entra en una fase correctiva significativa.
España crece, pero no progresa
España sigue liderando el crecimiento económico entre las economías desarrolladas, pero lo hace por las razones equivocadas. No estamos creciendo porque seamos más productivos, sino porque empleamos a más personas. El PIB aumenta gracias al número de trabajadores, no a su eficiencia. Por eso, aunque las cifras de crecimiento nos colocan a la cabeza de Europa, la renta per cápita sigue estancada y nos mantiene en la cola.
Este mismo patrón se refleja en la inversión, el motor que debería impulsar la productividad futura. Los datos de Funcas y del IVIE muestran que la inversión total ha recuperado su nivel previo a la pandemia, pero únicamente gracias al sector público. La inversión pública ha crecido un 31% desde 2019, mientras que la empresarial sigue un 9% por debajo. En otras palabras: el Estado gasta más, pero las empresas invierten menos. Y eso es una señal preocupante.
Porque cuando la inversión pública sustituye a la privada, el crecimiento pierde calidad. La inversión empresarial es la que impulsa la innovación, la competitividad y el empleo estable. La pública, aunque necesaria, suele centrarse en proyectos con menor retorno económico directo. Y si además los fondos europeos del programa Next Generation se destinan a iniciativas poco productivas o ya existentes, (como está ocurriendo) estamos desperdiciando una oportunidad histórica para transformar nuestro modelo productivo y hacerlo realmente más moderno y eficiente.
A estas alturas todos deberíamos preguntarnos ¿por qué no invierte el sector privado? Y como suele ocurrir casi siempre, no se debe a un solo motivo, sino a la combinación de varios factores. El crédito es hoy mucho más caro de lo que estábamos acostumbrados antes de la pandemia, lo que encarece la financiación y frena nuevos proyectos. La inseguridad jurídica y los constantes cambios regulatorios elevan la incertidumbre y disuaden a las empresas. A eso se suma el incremento constante del salario mínimo, que ha elevado los costes laborales de forma significativa, y la tendencia de muchas compañías a reducir deuda antes que a arriesgar capital en un entorno tan volátil e incierto.
España crece, sí, pero sobre un terreno frágil. Si no conseguimos que la inversión privada tome el relevo y apueste por innovación y productividad, volveremos a tropezar con la misma piedra: crecimiento sin prosperidad. Porque un país no progresa por gastar más, sino por invertir mejor. En definitiva, España muestra una paradoja: una economía que crece, pero no mejora la vida de sus ciudadanos. Los buenos datos macro no bastan cuando el ciudadano medio ve cómo su cesta de la compra, su vivienda y sus impuestos siguen subiendo más rápido que sus ingresos. La desconexión entre el éxito macroeconómico y la economía familiar es hoy el talón de Aquiles del modelo español.
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Primer virus biológico que la IA crea con código máquina
La frontera entre la ciencia ficción y la realidad cada vez se difumina más. Un grupo de investigadores de la Universidad de Stanford y el Arc Institute, liderado por Brian Hie, ha logrado que una inteligencia artificial cree el primer virus biológico diseñado por una máquina. No hablamos de un virus informático, sino de un bacteriófago real, un organismo capaz de infectar bacterias. Y lo más sorprendente: no existía en la naturaleza.
El modelo, bautizado como Evo 2, funciona como un ChatGPT que habla ADN. En lugar de escribir frases, genera cadenas genéticas completas, diseñando organismos a la carta. Su primera creación fue un virus capaz de eliminar eficazmente la bacteria E. coli, pero su logro más trascendente es que por primera vez una IA ha dado forma a una nueva forma de vida. Hasta ahora, la biotecnología se limitaba a copiar y editar los genes que la naturaleza ya había escrito. Con Evo 2, ese límite se ha roto. Como explica el investigador español Marc Güell, “igual que ChatGPT puede crear poesía con palabras, ahora tenemos una IA que puede escribir poesía con ADN”. Y eso abre un horizonte tan esperanzador como inquietante.
Las aplicaciones positivas son espectaculares: organismos que devoran plásticos, absorben CO₂, combaten el cáncer o producen energía limpia. La IA incluso puede explorar alfabetos genéticos distintos de los cuatro tradicionales (A, T, G y C), lo que podría llevarnos a un “segundo árbol de la vida”, con organismos que jamás han existido en nuestro planeta. Pero toda revolución tiene su lado oscuro. Porque la misma tecnología que permite diseñar virus que curan, también podría crear virus que destruyen. La biología, a diferencia de la energía nuclear, no necesita materiales escasos ni reactores. Es descentralizada, accesible y potencialmente incontrolable. Y aunque los investigadores han excluido virus humanos del entrenamiento de la IA, el código es abierto, lo que significa que cualquiera podría usarlo para fines muy distintos a los científicos.
Cada salto tecnológico trae consigo una elección moral. La energía nuclear nos dio electricidad barata, pero también armas nucleares como las que se usaron en Hiroshima. Ahora, la inteligencia artificial nos asoma a la posibilidad de crear vida desde un teclado, una herramienta capaz de transformar el planeta o ponerlo en riesgo. El dilema no está en la tecnología, sino en el uso que hagamos de ella. La historia siempre nos deja la misma advertencia: los grandes inventos pueden impulsar el progreso o acelerar nuestra destrucción. Todo depende, una vez más, de nosotros.
A lo largo de mis casi cuatro décadas operando en los mercados, he comprobado que entender y operar correctamente los breakouts puede marcar una gran diferencia en los resultados de cualquier estrategia de inversión o especulación.
Desde el punto de vista técnico, los breakouts no son un concepto complejo, pero su correcta interpretación requiere experiencia, criterio y, sobre todo, una buena gestión emocional. En este artículo vamos a analizar en profundidad qué son, cómo identificarlos y cómo utilizarlos en una estrategia eficaz.
Leo en el Washington Post un artículo sobre los nuevos indicadores que los economistas están vigilando para detectar si Estados Unidos se acerca a una recesión. Más allá de los datos tradicionales (como PIB, desempleo o inflación), hay pequeñas pistas en el consumo y la producción que comienzan a enviar señales de alerta. Entre los más llamativos están:
Aunque el país no está aún en recesión, el mensaje de fondo es claro: la economía está entrando en una fase de fatiga. El consumo se vuelve más defensivo y la inversión pierde ritmo.
Como siempre recordamos en nuestros seminarios: la recesión no se ve en los datos del pasado, sino en los comportamientos del presente, y algunas señales más allá de los grandes titulares macro anticipan cambios de ciclo.
¿Te has preguntado por qué, pese a tener acceso ilimitado a la información, somos cada vez menos críticos y más vulnerables a la desinformación?
Vivimos rodeados de datos, pero la superficialidad y la polarización avanzan. Las redes sociales, lejos de ser espacios de debate, suelen alimentar nuestras convicciones y evitar el cuestionamiento. Hoy se presume la ignorancia y el pensamiento profundo parece quedar relegado.
Antes, el saber requería esfuerzo: consultar libros, contrastar fuentes, analizar. Ahora, la inmediatez manda y todo debe ser rápido y digerido. La llegada de la inteligencia artificial ha transformado nuestro acceso al conocimiento; es una herramienta poderosa, pero todo depende de cómo la usemos.
Quienes ven la IA como apoyo para ampliar su comprensión crecerán profesionalmente. Pero si la comodidad sustituye al análisis y a la formación, la tecnología puede convertirse en amenaza. No es el avance lo que define el impacto, sino la actitud y el criterio con que lo acogemos.
En el mundo laboral y profesional actual, observamos cómo el esfuerzo intelectual pierde valor frente al ruido superficial. La cultura de los “likes” prevalece sobre la profundidad del pensamiento crítico. Se debilita la curiosidad y la disciplina de aprender, y eso nos aleja del liderazgo genuino.
Sin pensamiento crítico, no hay progreso. Sin conocimiento, no hay libertad. La inteligencia artificial debe ser una aliada para potenciar nuestra mente, no para sustituirla. Ser capaz de analizar los datos, contrastar las fuentes y generar una opinión propia se está convirtiendo en un bien escaso, casi en una rareza. Y si permitimos que eso desaparezca, no solo perderemos el conocimiento, perderemos también la capacidad de decidir por nosotros mismos. Porque cuando pensar deja de ser un hábito, otros piensan por ti. Y ese, quizá, sea el precio más alto que una sociedad puede pagar por haber confundido ignorancia con libertad.
Esta newsletter es un paso más de un camino que comencé hace años con la intención de poner algo de luz a muchas informaciones sesgadas o poco éticas sobre lo que sucedía en el mundo de la inversión. Hoy sigo con la misma idea, creo que si lo que define al mercado es el conjunto de lo que hacemos todos los inversores juntos, necesitamos hacer esto con responsabilidad, conocimiento y la información más rigurosa. Espero que en The Trader, te sientas identificado.
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