The trader nº 113
La interpretación inteligente del mercado
La interpretación inteligente del mercado

Bienvenido a mi visión personal sobre la actualidad de los mercados financieros nº113. Gracias por tu interés, si te has perdido alguna entrega o aún no estás suscrito puedes revisar aquí
Una vez más, la relación comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea se encuentra al borde del desastre. Donald Trump continúa presionando a Bruselas con amenazas arancelarias que parecen más una imposición que una negociación. El ultimátum es claro: o hay acuerdo antes del 1 de agosto o se aplicará una tarifa del 30% a la mayoría de las exportaciones europeas. Y, por si fuera poco, ya se han impuesto aranceles del 25% a los coches y componentes, del 50% al aluminio, al acero y recientemente al cobre. A lo que hay que añadir las amenazas con nuevos gravámenes a productos farmacéuticos y semiconductores. En total, el 70% de las exportaciones europeas ya están bajo presión.
La estrategia de Trump no deja espacio a interpretaciones: busca aprovechar su poder de mercado para forzar concesiones asimétricas, beneficiando de forma desproporcionada a EE. UU. En los últimos meses, su administración ha endurecido las condiciones de negociación, reduciendo las excepciones arancelarias a un puñado de sectores como la aviación, dispositivos médicos y algunos productos tecnológicos. El mensaje es evidente: Europa debe abrir su mercado o asumir las consecuencias. La Unión Europea, consciente de que el margen de maniobra es limitado, está dispuesta a aceptar un acuerdo desequilibrado si eso evita un conflicto comercial abierto. Pero esa disposición tiene un coste político y económico que algunos Estados miembros podrían no estar dispuestos a asumir.
El último golpe ha llegado desde Asia. Esta semana, Trump ha cerrado un acuerdo con Japón que establece aranceles del 15% a sus exportaciones, incluidos automóviles y componentes. A cambio, Japón invertirá 550.000 millones de dólares en proyectos estadounidenses, comprará 100 aviones Boeing, productos agrícolas por 8.000 millones de dólares, y aumentará su gasto en defensa con empresas estadounidenses. Además, aceptará vehículos fabricados con los estándares de EE. UU. sin requerir ajustes normativos adicionales. Incluso ha obtenido una “cláusula de seguridad” que le garantiza no ser tratado peor que otros socios en futuros aranceles sobre fármacos y semiconductores.
Este acuerdo no solo reduce tensiones con un aliado clave, sino que manda un mensaje directo a Bruselas: hay poco margen para discutir. Si Japón, con su peso económico y su histórico superávit con EE. UU., ha aceptado estas condiciones, ¿qué puede esperar Europa? Trump ya ha mostrado su preferencia por acuerdos bilaterales, rápidos y contundentes. La posibilidad de imponer unilateralmente un arancel general del 10-15% al resto de socios comerciales está sobre la mesa, y Europa podría ser la siguiente en la lista si no cede.
Desde la perspectiva de la administración estadounidense, esta guerra comercial no es más que una corrección de desequilibrios históricos. Trump sostiene que la UE ha estado beneficiándose durante años de un acceso privilegiado al mercado americano sin ofrecer lo mismo a cambio. En su visión, EE. UU. ha tolerado durante demasiado tiempo una situación donde el libre comercio no ha sido verdaderamente recíproco. Esta narrativa ha calado entre parte del electorado estadounidense, especialmente en sectores industriales que se sienten abandonados por la globalización. Para ellos, una política comercial agresiva no es solo una estrategia exterior, sino una forma de proteger empleos y recuperar competitividad.
La UE ya prepara contramedidas. Tiene autorizados aranceles por 21.000 millones de euros y ha diseñado una segunda ronda de represalias que podría alcanzar los 72.000 millones. El objetivo no es solo responder con la misma moneda, sino atacar bienes sensibles desde el punto de vista político: soja de Luisiana, productos industriales, bourbon de Kentucky, aviones de Boeing. Además, Bruselas contempla usar su arma más poderosa: el instrumento contra la coerción (ACI), que permitiría restringir el acceso de empresas estadounidenses a contratos públicos europeos, o imponer nuevas tasas a gigantes tecnológicos de EE. UU. Esta herramienta, aún sin estrenar contra Washington, fue diseñada para situaciones como esta, donde una potencia utiliza su peso económico como arma de presión.
Mientras tanto, otros socios comerciales clave también han cedido. Además de Japón, Trump ha alcanzado un acuerdo con Filipinas, fijando un arancel del 19% a sus exportaciones. China y el Reino Unido ya han cerrado acuerdos marco con EE. UU., aunque aún se desconocen todos los detalles. En cambio, México, Canadá y Corea del Sur siguen bajo presión para renegociar sus pactos. En todos los casos, el patrón es el mismo: una visión unilateral del comercio que descarta el consenso multilateral y apuesta por la presión directa. Trump parece decidido a rehacer todo el sistema comercial global bajo la lógica de “America First”, sin importar el coste diplomático o económico.
El riesgo es que cualquier represalia desate una espiral sin control, con consecuencias imprevisibles para la economía global. Una escalada mutua de aranceles afectaría no solo a las exportaciones e importaciones, sino también a las cadenas de suministro que cruzan el Atlántico en sectores clave como la automoción, la tecnología y la energía. El déficit comercial estadounidense con Europa se ha duplicado este año por el adelanto de importaciones, y una guerra arancelaria podría alterar aún más los equilibrios macroeconómicos, dificultando la lucha contra la inflación y las políticas monetarias de ambos bloques.
Tampoco hay que ignorar el componente geopolítico. Esta nueva crisis comercial ocurre en un momento de tensión global: guerras abiertas en Ucrania y Oriente Medio, rivalidad creciente con China y un sistema multilateral en decadencia. En ese contexto, un enfrentamiento comercial entre las dos economías más desarrolladas del mundo podría tener efectos colaterales sobre terceros países, desestabilizar alianzas y debilitar aún más la cooperación internacional.
Conclusión
Este pulso comercial no es solo una disputa de cifras o aranceles. Es el reflejo del deterioro progresivo del sistema multilateral y del ascenso de una lógica transaccional, donde el poder sustituye al consenso. Trump no negocia: impone. Y lo hace desde una posición de fuerza, consciente de que la fragmentación del bloque europeo juega a su favor. El acuerdo con Japón consolida su estrategia: ofrecer una salida negociada solo si el socio cede rápido y en sus propios términos. Ahora la amenaza no es teórica, es real. Y pesa más que nunca.
Europa se encuentra en una encrucijada incómoda. Resistirse puede acarrear represalias inmediatas. Ceder, un coste político interno difícil de sostener. Lo que Trump plantea no es solo una ruptura de formas, sino una pregunta incómoda que Bruselas lleva años evitando: ¿ha sido realmente justa la relación comercial transatlántica?
Quizá este choque sea una oportunidad para repensar un modelo de cooperación que, durante décadas, ha funcionado más por inercia que por equilibrio. Pero para ello, Europa necesita algo que hoy escasea: claridad estratégica, unidad política y agilidad diplomática. La clave será mantener la cohesión frente a un socio que juega al desconcierto calculado.
El 1 de agosto podría marcar un punto de inflexión. Puede imponerse la diplomacia, el chantaje o una nueva prórroga in extremis, como ya ocurrió antes. Pero si algo ha quedado claro es que Trump ha marcado el ritmo en este juego donde reina el desconcierto programado y donde Europa está obligada a mover ficha.
| Cierre Semanal | Cierre Anual | Precio actual | Últimos 5 días | En el año | |
|---|---|---|---|---|---|
| S&P500 | 6278.97 | 5881.94 | 6360.64 | 1.30% | 8.14% |
| Nasdaq100 | 22981.33 | 21017.27 | 23166.72 | 0.81% | 10.23% |
| Eurostoxx50 | 5394.50 | 4884.62 | 5385.60 | -0.16% | 10.26% |
| Ibex35 | 14039.60 | 11595.00 | 14238.20 | 1.41% | 22.80% |
| Oro | 3340.80 | 2639.30 | 3376.20 | 1.06% | 27.92% |
| Brent | 67.40 | 74.80 | 67.40 | 0.00% | -9.89% |
| Natgas | 3.56 | 3.63 | 3.14 | -11.79% | -13.44% |
| SSE | 3519.48 | 3354.29 | 3605.19 | 2.44% | 7.48% |
| Bitcoin | 118023.05 | 93484.46 | 118470.55 | 0.38% | 26.73% |
*Cierre semanal: 17 de julio del 2025 a las 10:06
*Cierre anual: Último dato del 31 de diciembre del 2024
*Cierre anual de Eurostoxx: 30 de diciembre del 2024
*Precio Actual: 24 de julio del 2025 a las 10:00
Terremoto político en Japón: fin de una era, auge ultra y una economía al límite
Durante casi siete décadas, la política japonesa ha estado dominada por una única fuerza: el Partido Liberal Democrático (PLD). Esta estabilidad, que a ojos externos podría parecer una anomalía en una democracia avanzada, ha sido el resultado de una combinación de factores históricos, culturales y económicos. Nacido tras la Segunda Guerra Mundial y con el respaldo encubierto de Estados Unidos durante la Guerra Fría, el PLD fue durante años el bastión contra el comunismo en Asia. Este papel estratégico le otorgó una posición de privilegio que supo consolidar a través de una extensa red clientelar, especialmente en las zonas rurales, y un apoyo continuo por parte de grandes conglomerados empresariales. A pesar de los constantes escándalos y los frecuentes cambios de liderazgo dentro del propio partido, su dominio electoral ha permanecido casi intacto.
El modelo político japonés ha funcionado como un sistema de poder pragmático: el PLD ofrecía estabilidad y crecimiento económico, mientras que los votantes, en su mayoría envejecidos y conservadores, premiaban la continuidad. Sin embargo, ese equilibrio comenzó a resquebrajarse en los últimos años, con una sociedad cada vez más frustrada por el estancamiento salarial, el declive demográfico, y una sensación de desconexión entre los líderes políticos y los ciudadanos de a pie.
La reciente pérdida de la mayoría en el Senado, sumada a la derrota previa en el Parlamento, marca un hito en la historia política de Japón. El primer ministro Shigeru Ishiba, debilitado por múltiples frentes —escándalos internos, la subida del precio del arroz, y la falta de acuerdo con EE. UU. en plena guerra comercial— ha sufrido el peor revés electoral del PLD desde 1999. El resultado de las elecciones del 20 de julio ha sido demoledor: la coalición gobernante apenas consiguió 47 de los 125 escaños en juego, quedando por debajo del umbral necesario para mantener el control de la Cámara Alta.
Aunque Ishiba ha descartado dimitir, su capacidad de gobernar se ve fuertemente limitada, sin mayoría en ambas cámaras. El mensaje del electorado ha sido claro: el Gobierno ha fallado en su intento de controlar la inflación, que lleva ya más de tres años por encima del 2%, ha perdido credibilidad por los vínculos oscuros con la “Iglesia de la Unificación” y se ha mostrado ineficaz ante los desafíos del presente. La política japonesa entra así en una nueva fase, marcada por la incertidumbre y la fragmentación.
Fuente: Tradingview
La gran sorpresa de estas elecciones ha sido la irrupción de Sanseito, un partido ultraderechista que ha logrado 14 escaños y se ha convertido en la segunda fuerza más votada. Su líder, Sohei Kamiya, es un personaje salido del ecosistema digital: ex gerente de supermercado y youtuber durante la pandemia, supo capitalizar el malestar social a través de un discurso populista, conspirativo y radical. Inspirado abiertamente en Donald Trump y en partidos como la AFD alemana, Kamiya ha explotado temas como la inmigración, la decadencia de los valores tradicionales y el rechazo a las élites globalistas para conectar con una parte del electorado japonés que nunca antes se había sentido representado. Sanseito ha recogido el voto del enfado, del abandono, y del miedo. La inflación y la falta de respuestas eficaces por parte del Gobierno han generado un terreno fértil para el discurso del “Japón para los japoneses”. Esta deriva no es exclusiva del archipiélago: lo hemos visto en Europa, en EE. UU. y en América Latina. El patrón se repite: descontento económico + escándalos de la élite + redes sociales = auge del extremismo.
Conclusión
Japón, que durante décadas fue un ejemplo de estabilidad política, entra en una etapa nueva e impredecible. La combinación de inflación, presiones externas por la guerra comercial con EE. UU., un primer ministro debilitado y la emergencia de fuerzas radicales como Sanseito, dibujan un escenario de mayor polarización. Lo que suceda en los próximos meses no solo definirá el futuro de la política japonesa, sino también su papel en un mundo donde el orden económico y geopolítico está cambiando rápidamente.
Meta quiere liderar la carrera de la IA a cualquier precio
Meta ha decidido que no va a quedarse atrás en la carrera de la inteligencia artificial. Después de ver cómo OpenAI y Google se llevaban la mayor parte del protagonismo en los últimos años, Mark Zuckerberg ha activado su artillería pesada: una combinación de inversiones astronómicas en infraestructura y una agresiva política de captación de talento, digna de Silicon Valley en sus años más salvajes.
La apuesta es tan ambiciosa como descomunal. Solo este año, Meta prevé invertir entre 60.000 y 72.000 millones de dólares en el desarrollo de su ecosistema de inteligencia artificial. Buena parte de este dinero irá destinado a la construcción de centros de datos gigantescos, pensados para entrenar y operar los modelos más avanzados de IA que la compañía ha diseñado hasta la fecha. Zuckerberg lo tiene claro: no es suficiente con seguir el ritmo. Quiere marcarlo. Y para ello necesita algo más que chips y algoritmos. Necesita potencia bruta. Y por eso ha puesto en marcha el proyecto Prometheus, un centro de datos con una potencia de 1 gigavatio en Ohio que se espera entre en funcionamiento en 2026. Pero es Hyperion, el siguiente paso, el que realmente da la medida de esta ambición: un centro de datos en Louisiana que alcanzará los 5 gigavatios de capacidad, el equivalente al consumo energético de una ciudad mediana de EE. UU., y una extensión comparable a Manhattan.
Esta infraestructura no es solo una declaración de intenciones técnica, sino también estratégica. Meta ha comprendido que, sin capacidad masiva de cálculo, su futuro en el mundo de la IA quedará limitado. Hyperion será el corazón de esa estrategia: un motor de “superinteligencia” para desarrollar modelos propios capaces de competir con GPT-4 o Gemini.
Fuente: Tradingview
El movimiento llega en un momento clave. Tras un recibimiento discreto de su modelo Llama 4, la compañía necesitaba demostrar que va en serio. Y lo está haciendo con hechos: algunos ingenieros han recibido ofertas de hasta 200 millones de dólares para abandonar sus empresas actuales y sumarse al proyecto de Meta. Fichajes que demuestran que el capital humano sigue siendo el activo más codiciado en esta nueva revolución. La IA no es para Meta una simple línea de negocio experimental. Es el nuevo eje sobre el que se reconfigurará todo su ecosistema: desde la publicidad hasta las recomendaciones en Facebook, Instagram y WhatsApp. Por eso, la compañía ha creado una nueva división transversal llamada Meta Superintelligence Lab, que unificará todos los desarrollos relacionados con IA bajo un mismo paraguas.
Conclusión
Meta ya no quiere ser un actor más en el tablero de la inteligencia artificial. Quiere dominarlo. Y está dispuesta a gastar cantidades sin precedentes para conseguirlo. Si la batalla por la IA se libró inicialmente en los laboratorios, ahora el ring de combate parece estar centrándose en los servidores. Y Meta está construyendo su propio Manhattan digital para asegurarse de que el futuro, esta vez, le pertenece.
Aunque OpenAI anunció sus intenciones con su proyecto Stargate, también con más de 5 GW de potencia, no se conoce ningún detalle concreto. Mientras tanto, Meta va por delante, ya que tiene fecha y lugar para su despliegue. Si todo va según lo previsto, Hyperion comenzará a operar con 1,5 GW en 2027 y escalará hasta los 5 GW a comienzos de la próxima década.
China quiere liderar la IA global… Y lo está haciendo desde el desierto
Mientras buena parte del mundo sigue midiendo el liderazgo tecnológico en términos de lanzamientos de productos o capitalización bursátil, China está construyendo su futuro en inteligencia artificial de una forma menos visible pero igual de ambiciosa: desde el desierto de Xinjiang. En esta vasta región, donde predominan paisajes áridos y escasa densidad de población, se está gestando una de las mayores apuestas tecnológicas del país asiático.
Según una investigación de Bloomberg, China está levantando en esa zona remota unos 40 centros de datos, impulsados por más de 115.000 chips de Nvidia que, en teoría, no deberían estar en sus manos debido a las restricciones impuestas por EE. UU. desde 2022. El objetivo es claro: crear la infraestructura necesaria para competir cara a cara con OpenAI, Google, Meta o Amazon en el desarrollo de modelos de IA de última generación. La magnitud del proyecto indica que no se trata de simples iniciativas locales, sino de una estrategia de Estado para alcanzar la autosuficiencia en una de las tecnologías clave del siglo XXI.
China ha entendido que el “petróleo” de la inteligencia artificial es el poder computacional. Y en ausencia de un suministro libre de chips de alto rendimiento, está apostando por construir a gran escala, integrando energía verde, centros de datos de alta densidad y una red nacional de “corredores de computación” para llevar esa potencia a los grandes polos urbanos del este del país. Esta infraestructura permitiría a cualquier startup del ecosistema tecnológico chino acceder, desde Shanghái o Shenzhen, a la potencia de cálculo alojada en el desierto, eliminando la necesidad de construir centros propios.
Además, la elección de Xinjiang no es casual. La región ofrece suelo barato, temperaturas frías que reducen los costes de refrigeración y una gran capacidad instalada de energía renovable, especialmente solar y eólica. Según el informe, las instalaciones están rodeadas por miles de paneles solares, molinos de viento e incluso torres solares con tecnología de concentración térmica. Todo esto encaja con el empuje de Pekín hacia un modelo de desarrollo sostenible y bajo en emisiones.
Lo más interesante es que Pekín no quiere replicar el modelo estadounidense, donde el control de la infraestructura está concentrado en unas pocas grandes tecnológicas. La visión china es tratar la computación como un bien público: cualquiera podrá conectarse y acceder a la potencia que necesite para entrenar sus modelos, como si abriera un grifo. En palabras de uno de los responsables del proyecto, el objetivo es crear una red donde “la computación sea tan accesible como el agua corriente”.
La pregunta, claro, es si lograrán completar el rompecabezas. De momento, les faltan aún piezas clave: acceso regular a chips punteros, capacidad propia de producción y modelos que estén a la altura de los mejores del mundo. La presión de las sanciones de EE. UU. ha complicado la importación de procesadores como los H100 de Nvidia, pero no ha impedido que empresas chinas busquen formas de sortear esas barreras, ya sea a través de terceros países o mediante desarrollos locales.
Conclusión
No sabemos si el futuro de la IA será libre, centralizado o fragmentado. Pero lo que está claro es que no será exclusivamente occidental. Mientras Europa centra sus esfuerzos en regular, establecer marcos éticos y debatir los dilemas filosóficos que plantea la inteligencia artificial, EE. UU. opta por reducir trabas regulatorias y ofrecer incentivos fiscales para acelerar el desarrollo liderado por sus grandes tecnológicas. Y mientras tanto, China está construyendo en silencio el músculo que le permitirá ser una potencia tecnológica autónoma. Y lo está haciendo desde el polvo del desierto, con una combinación de visión estratégica, inversión masiva y una infraestructura controlada por el gobierno, pero diseñada para democratizar el acceso al poder de cálculo. Tal vez, cuando miremos atrás dentro de unos años, descubramos que el nuevo mapa de la inteligencia artificial empezó a dibujarse en una remota planicie de Xinjiang.
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España va bien… Pero los salarios de sus ciudadanos no
Treinta años dan para mucho. O al menos, deberían. Pero si tomamos como referencia el poder adquisitivo de los asalariados en España desde 1994, lo que observamos es más bien un espejismo: en tres décadas, los salarios reales apenas han crecido un 2,76%, según datos de la OCDE. Una cifra que nos sitúa en el cuarto peor puesto de los 38 países que conforman la Organización, por detrás de México, Japón e Italia.
Mientras la media de la OCDE ha experimentado un avance del 30,8%, España ha quedado rezagada. Y lo más preocupante es que no se trata de un accidente temporal, sino de una tendencia estructural. El estancamiento de la productividad ha sido el freno invisible que nos ha impedido avanzar. De hecho, la remuneración por asalariado, ajustada por inflación, se ha mantenido prácticamente congelada desde mediados de los noventa. Y las consecuencias están a la vista. Aunque algunos deciles salariales bajos han mejorado en los últimos años por efecto de ciertas políticas redistributivas o por la subida del Salario Mínimo (SMI), el conjunto de los trabajadores ha visto cómo sus ingresos reales apenas se han movido, mientras la presión fiscal, especialmente a través del IRPF, ha seguido aumentando.
El problema, sin embargo, va más allá del salario. Es una cuestión de modelo económico. España ha perdido peso industrial, cayendo del 22% al 12,5% del empleo total, y ha abrazado una economía de servicios con escaso valor añadido. La consecuencia es una especialización en sectores de baja productividad, lo que limita de forma directa la capacidad de generar salarios más altos y sostenibles. Tampoco ayuda que las fases de crecimiento económico no se hayan traducido en mejoras tangibles para la mayoría. La desigual evolución entre los distintos niveles salariales, la caída del salario real en muchos tramos, y la incapacidad de romper con este estancamiento a pesar del ciclo económico, refuerzan la percepción social de que el sistema no está repartiendo bien la riqueza que genera.
Fuente: ElMundo
Conclusión
En definitiva, sin un cambio profundo en el tejido productivo, sin una apuesta decidida por la productividad, la innovación y la cualificación del empleo, los salarios en España seguirán atrapados en el mismo bucle. Aunque desde 2018 se ha subido el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) más de un 50%, esas subidas han comprimido la distribución salarial por abajo, sin desplazarla en su conjunto. Lo que realmente necesita nuestro mercado laboral es avanzar hacia un modelo que impulse toda la estructura salarial, especialmente en torno a la mediana.
Pero no podemos olvidar que al problema de falta de productividad se sumala asfixia que supone un aumento continuo del tipo medio del IRPF, el encarecimiento de las cotizaciones sociales y las crecientes dificultades burocráticas y regulatorias a las que se enfrentan nuestras microempresas y autónomos. Son barreras que impiden que el crecimiento económico se traduzca en bienestar general.
La gran tarea pendiente de la economía española no es crecer más, sino crecer mejor. Porque de poco sirve sumar PIB si ese crecimiento no llega a los bolsillos de quienes lo hacen posible.
Hay figuras que se repiten una y otra vez en los mercados financieros, independientemente del activo o del marco temporal en el que operemos. El triángulo ascendente es una de esas formaciones clásicas que, desde mis inicios como analista técnico en los años 80, siempre he tenido muy presentes en mi operativa. A lo largo de los años, he visto cómo esta figura, sencilla en apariencia, puede aportar oportunidades muy interesantes cuando se interpreta correctamente. En este artículo voy a contarte en qué consiste, cómo identificarla, cómo se opera y qué ventajas y desventajas tiene, todo desde una perspectiva práctica, basada en mi experiencia real en los mercados.
Vivimos una nueva realidad: la fragmentación del orden mundial ya no es un riesgo teórico, sino una variable estructural para cualquier negocio. Las guerras, las sanciones, los cambios regulatorios o las disrupciones en la cadena de suministro pueden costar miles de millones. BP, Huawei o Meta lo saben bien. Por eso, grandes compañías empiezan a reaccionar. Inditex acaba de proponer la creación de un consejo asesor en geopolítica. El objetivo es claro: anticipar riesgos globales que afecten directamente a sus operaciones y su expansión internacional.
Dentro de los comités de dirección parece fundamental el papel del el Chief Geopolitical Officer. O CGO, alguien que integra inteligencia geopolítica avanzada en la estrategia corporativa. No se trata solo de “gestionar riesgos”, sino de anticiparlos, dialogar con gobiernos y transformar la incertidumbre en ventaja competitiva. Lo que antes era terreno exclusivo de los gobiernos o las ONG, ahora es el corazón del negocio.
Para el inversor, esto abre una oportunidad clara, ya que las empresas que entienden y se adaptan a esta nueva geografía del poder no solo serán más resilientes. También estarán mejor posicionadas para crecer, anticipar shocks y capturar nuevas oportunidades globales. Como Apple trasladando producción a India. O Tesla usando China como plataforma global. Esta tendencia conecta de lleno con método de trading, donde insiste en que el análisis técnico sin contexto macro es ciego.
En tiempos de fragmentación, el análisis geopolítico y macroeconómico ya no es opcional. Es una ventaja competitiva.
Durante gran parte del siglo XX, la televisión estadounidense giraba en torno a tres cadenas: NBC, ABC y CBS. Y durante gran parte de este tiempo, CBS ha sido líder entre ellas. Esta semana ha sucedido algo difícil de comprender fuera de Estados Unidos, pero de especial relevancia para el ecosistema de los medios a nivel mundial. Esta semana, CBS anunció que The Late Show with Stephen Colbert terminará en mayo de 2026, coincidiendo con el fin del contrato del presentador. La cadena lo justificó como una “decisión puramente financiera”, en línea con la caída estructural de la televisión tradicional. Pero… ¿Realmente tiene sentido económico prescindir de su líder en audiencia?
Desde un punto de vista financiero, cancelar a Colbert no parece racional: su programa es rentable, tiene una audiencia fiel y una fuerte presencia en plataformas digitales, justo donde las cadenas están tratando de crecer. Si el objetivo fuera solo “ahorrar”, hay otras producciones con menor retorno que habrían sido más lógicas para recortar. Pero desde una perspectiva política y regulatoria, el movimiento encaja: CBS ha cedido terreno frente a Trump desde que su reelección volvió a ponerlo en posición de influir sobre la fusión con Skydance. En los últimos meses, hemos visto como CBS ha entregado documentos internos a la FCC, ha aceptado un acuerdo extrajudicial con Trump por $16 millones y ha forzado la salida de otro peso pesado del periodismo, el jefe de 60 Minutes, Bill Owens, tras perder autonomía editorial.
Reflexión para inversores: si una empresa está dispuesta a sacrificar sus activos más valiosos para ganarse el favor de un gobierno, ¿Qué tan estable es su estrategia de largo plazo? ¿Y qué dice eso sobre sus directivos?
En los mercados y en los medios, cuando algo no cuadra con la lógica económica, suele haber una lógica de poder detrás. Y el poder, cuando se usa para censurar o condicionar, no es rentable a largo plazo
Esta newsletter es un paso más de un camino que comencé hace años con la intención de poner algo de luz a muchas informaciones sesgadas o poco éticas sobre lo que sucedía en el mundo de la inversión. Hoy sigo con la misma idea, creo que si lo que define al mercado es el conjunto de lo que hacemos todos los inversores juntos, necesitamos hacer esto con responsabilidad, conocimiento y la información más rigurosa. Espero que en The Trader, te sientas identificado.
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