Inflación persistente: un problema para los Bancos Centrales y aún más para nosotros
Hoy tenemos la inflación más alta desde hace cuarenta años, un nivel de endeudamiento en máximos históricos, una fuerte restricción monetaria a nivel global y un crecimiento económico a las puertas de la recesión.
El último dato de inflación subyacente en EE.UU ha sido malo, ya que ha marcado un nuevo máximo anual en los 6.6%. Para la FED este dato implica que todos sus esfuerzos restrictivos, canalizados a través de subidas de tipos de interés a un ritmo que no se recordaba desde la década de los ochenta, aún no han tenido el efecto deseado. Powell, presidente de la FED, está intentando enfriar la economía encareciendo el coste del dinero, porque, aunque la inflación es cosa de la demanda y la oferta existente, la Reserva Federal solo puede afectar con su política monetaria a una de las variables, la demanda. Y en un intento por reducir la inflación hacia su objetivo del 2% parece estar dispuesto a seguir subiendo las tasas de interés a fin de deprimir al consumidor, de modo que la demanda se contraiga. Para combatir los efectos de la pandemia se implementaron programas de estímulo monetario y fiscal como no se habían visto jamás, y eso ha provocado todo tipo de cambios en el comportamiento de los consumidores y empresas. Cuando uno remueve con tanta fuerza los posos del lecho marino, el agua se enturbia y lleva su tiempo antes de que vuelva a estar transparente. Ver ahora a los bancos centrales intentar restaurar rápidamente los niveles de inflación a cotas pre-covid, después de lo que han hecho durante 2020 y 2021, es como querer que el agua se aclare rápidamente después de haber estado removiendo el fondo marino. Lo siento pero eso lleva su tiempo. Por otro lado, no debemos olvidar que las políticas que se están implementando para combatir la inflación tienen efectos de segunda ronda, que pueden acabar siendo aún más graves que el problema original que se intenta solucionar. Porque encarecer el coste del dinero está destinado a enfriar la demanda, es decir, a ponerle las cosas más complicadas al consumidor, lo que afecta directamente a la variable más importante del crecimiento económico o PIB, que es el consumo. Por tanto, conseguir que la inflación remita implica un menor crecimiento económico, lo cual no es del todo malo, siempre que no se nos vaya la mano y acabemos en una nueva recesión económica.
Los principales organismos internacionales, que comenzaron diciendo que la inflación era transitoria, y que más tarde defendían que no habría recesión económica, ahora nos alertan de un panorama preocupante de cara a 2023. Según el Fondo Monetario Internacional existe una alta probabilidad de que un tercio del mundo experimente recesiones el próximo año. Teniendo en cuenta que hace unos meses no veían apenas riesgos, me atrevo a anticipar que para finales de este año ese riesgo bien podría haberse extendido al 50% del mundo. Pero lo que de verdad debería quitarnos el sueño no son los problemas conocidos, sino los que están bajo la superficie y que no se ven. Llevamos décadas asentando el mundo financiero sobre el pilar del endeudamiento,gracias un coste de financiación cercano al cero por ciento. Muchas decisiones de inversión se toman en base a modelos estadísticos que permiten calcular el riesgo de cualquier estrategia. Pero esos modelos suelen trabajar con un grado de confianza del 95% o del 99%. Es decir, plantean que no habrá problemas graves salvo en casos muy extremos. Mientras no haya un “cisne negro” todo está controlado, pero cuando el modelo se rompe, como ocurrió en 2008, descubrimos una realidad muy distinta a la que percibimos en nuestro día a día. Hoy tenemos la inflación más alta desde hace cuarenta años, un nivel de endeudamiento en máximos históricos, una fuerte restricción monetaria a nivel global y un crecimiento económico a las puertas de la recesión, por lo que un potencial “cisne negro” cada vez es más probable. El mercado de crédito es como la sangre que fluye por el cuerpo humano. Si no funciona, da igual lo sanos que estén los demás órganos, el cuerpo humano colapsa. Lo que ha puesto de manifiesto el problema de los planes de pensiones en Reino Unido es mucho más importante de lo que se cuenta, y podría ser el tipo de “cisne negro” que extienda sus alas sobre los mercados financieros internacionales, porque no se trata de un problema endémico del Reino Unido sino de una práctica llevada a cabo a nivel global. Ese es el tipo de riesgo que pasa inadvertido hasta el último momento y que puede actuar de catalizador de una gran crisis global.
Echando la vista atrás, no deja de ser triste que, para contener la inflación, ese efecto derivado de todas las soluciones implementadas durante los últimos dos años, nos veamos obligados a forzar la situación económica hacia la recesión, el estado que en su momento quisimos evitar a cualquier precio. Paradojas de la vida.
Pablo Gil, analista jefe de XTB.