Durante las últimas décadas, hemos convivido con la idea de que la deuda pública es una herramienta más de los gobiernos para estimular el crecimiento, capear recesiones o financiar sus compromisos sociales. Pero esa visión cómoda, casi técnica, se está resquebrajando. A medida que las cifras alcanzan niveles insostenibles y los tipos de interés se mantienen elevados, el riesgo de una crisis de deuda global ya no es una hipótesis lejana: es un escenario cada vez más probable. Y lo más preocupante es que, cuando estalle —porque terminará ocurriendo—, no habrá soluciones fáciles.
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