Más allá del terreno político, Alemania enfrenta un reto mayor: su modelo económico muestra claros signos de agotamiento. La potencia que por décadas lideró la economía europea se enfrenta ahora a un crecimiento anémico.
Tras una contracción en 2023, el PIB apenas ha logrado una recuperación moderada. La crisis del sector manufacturero, el impacto de la crisis energética y la caída de la inversión extranjera han dejado una economía vulnerable, atrapada entre la recesión técnica y una recuperación que no termina de despegar.
La crisis energética global, desencadenada en 2022, golpeó con especial fuerza a Alemania debido a su alta dependencia del gas y petróleo rusos. Aunque la inflación ha mostrado signos de moderación, sigue sin regresar a los niveles previos a la pandemia, afectando el poder adquisitivo de hogares y empresas.
A esto se suma la delicada situación del sector automotriz, históricamente el pilar industrial alemán. La entrada de fabricantes chinos, respaldados por Pekín y con precios altamente competitivos, ha puesto en jaque a gigantes como Volkswagen, BMW y Mercedes-Benz, que se ven obligados a acelerar su transformación tecnológica y redefinir su modelo de negocio.
El desempleo también empieza a reflejar este escenario. La tasa ha aumentado del 5% al 6.2%, un contraste preocupante con la tendencia a la baja que se observa en el resto de Europa.
Si la economía alemana no encuentra una fórmula para impulsar el crecimiento, la pérdida de competitividad podría agravarse en los próximos años.