Antes de compararlos, conviene entender que no hablamos de productos equivalentes, sino de dos formas distintas de invertir. Un fondo indexado es un vehículo de inversión que replica un índice de mercado. Su gestión es pasiva, los costes son muy bajos y la transparencia es total. El inversor decide cuánto aportar, en qué momento hacerlo y cómo integrar ese fondo dentro de su estrategia global.
Un roboadvisor, en cambio, es un servicio automatizado de gestión de carteras. No se invierte en un único fondo, sino que se delega en una plataforma la selección, seguimiento y distribución de activos. El algoritmo crea una cartera diversificada —normalmente compuesta por fondos indexados— en función del perfil de riesgo, los objetivos y el horizonte temporal del inversor. Además, se encarga de rebalancearla y optimizarla fiscalmente de manera periódica.
Elegir uno u otro depende de la implicación que se desee tener: el fondo indexado es el ladrillo; el roboadvisor, el arquitecto que diseña, construye y mantiene la casa.
Ambas vías son válidas y, de hecho, pueden coexistir. Lo importante no es cuál elegir, sino comprender las implicaciones de cada decisión. Porque el verdadero error en inversión no es delegar o hacerlo uno mismo, sino invertir sin entender qué se está haciendo ni por qué.